La diseminación del virus del ébola es multipropósito.
El ébola funciona al mismo tiempo como regulador de inmigración, como gigantesco conejillo de indias de los laboratorios farmacéuticos, como justificación para la ocupación continental y para la espía de grupos humanos.
Hasta ahora Europa y Estados Unidos controlaban su flujo inmigratorio utilizando centros de recepción de inmigrantes y desalentando y desprotegiendo a balseros y polizones. Con la instalación del ébola como una enfermedad viral sin medicación eficazmente acreditada y altamente contagiosa, las restricciones al flujo migratorio hacia Europa y Estados Unidos camuflan sus razones racistas, xenófobas y económicas en una nueva justificación: los motivos médicos. Ahora dirán que cierran sus fronteras para proteger a sus poblaciones de una enfermedad contagiosa, desconocida e incontrolable.
Parte de ese mismo control migratorio es la nueva invasión territorial de los países y los continentes víctimas del ébola a los cuales envían personal médico y militar desde Europa y Estados Unidos.
El 11 de agosto pasado, la Organización Mundial de la Salud se reunió en mesa de debate para clarificar si era ético utilizar contra el ébola drogas de utilidad no científicamente probada. Concluyó que sí.
El 11 de agosto pasado, la Organización Mundial de la Salud se reunió en mesa de debate para clarificar si era ético utilizar contra el ébola drogas de utilidad no científicamente probada. Concluyó que sí.
Desde entonces, la OMS avala el uso del suero ZMapp y de una vacuna en desarrollo por el laboratorio británico Glaxo, ambos en fase de investigación sobre cuerpos humanos, sin garantía de respuesta médica.
La participación de la industria farmacéutica en estas circunstancias no es nueva. Ya lo ha hecho Bayer a lo largo de sus 150 años de historia. Ya lo han hecho los laboratorios durante la promocionada gripe aviar, declarada pandemia en 2009.
Las guerras siempre han sido espacios paradigmáticos del crecimiento de los avances médicos y de los negocios farmacéuticos.
La caída de aviones y el contagio del ébola son dos construcciones-bosque complementarias. Una, la de los aviones que se caen, apunta a instalar el miedo a poner en riesgo la vida si uno entra (al sitio donde los aviones se caen). Otra, la del miedo al ébola, apunta a instalar el miedo al contagio si uno deja salir (a los infectados del gheto sanitario al que se los confina).
Los sueños del imperio se hace realidad.Africa como un gigantesco leprosario
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