Por Julio De Vido *
Para la fuerza política que desde el golpe de Estado de
Rivadavia contra el bloque unionista e independentista sanmartiniano, en 1812,
viene honrando y ejecutando a rajatabla la máxima de “el mal que aqueja a la
Argentina es la extensión” y sus hijas dilectas “achicar el Estado es agrandar
la Nación” y “civilización o barbarie”, para esta fuerza política de naturaleza
reaccionaria, conservadora, antipopular, antidemocrática y antiargentina, la
construcción de obras de infraestructura “monumentales” para el desarrollo y la
consolidación del mercado interno, la industrialización, la ciencia y la
tecnología funcionales a la autosuficiencia y la emancipación social y
cultural, la modernización económica y la mejora progresiva de la calidad de
vida de la población constituye una aterradora pesadilla. ¿Por qué?
Porque está en la sangre del mitrismo, histórico y presente,
la lucha por una republiqueta en la cuenca del Plata de las dimensiones de una
Alemania, una España o una Gran Bretaña, pero con una población reducida a un
puñado de miles. Una republiqueta semicolonial aliada a los centros
manufactureros de Europa y América del Norte, sometida a sus designios,
eternamente productora de granos y carne, a su vez perpetuamente dominadora de
las provincias constitutivas de la Argentina-Nación soñada por nuestros grandes
libertadores. Intentaron, desde aquel mismísimo golpe de Estado de 1812, fundar
una semicolonia para unos pocos, en detrimento del 99,9 por ciento de la
población, población a la que por supuesto intentaron primero disminuir lo
máximo posible a través de recurrentes genocidios de los que, vergonzosamente,
al día de hoy, sienten orgullo y reivindican, como la Guerra de la Triple
Infamia, los fusilamientos y el golpe de 1955, los 30.000 desaparecidos y el
genocidio socioeconómico entre 1976 y 1983. Cinco millones de hermanos
paraguayos –entre ellos millones de mujeres y niños– fueron masacrados por el
fundador del diario La Nación; su “gesta”, por increíble que parezca, sigue
siendo aplaudida y justificada desde sus páginas, de la misma manera que desde
sus páginas también celebran y defienden hoy la autodeterminación de la
población implantada por el colonialismo británico en las Islas Malvinas, en
1833.
Pero el pueblo argentino, si bien avasallado y ultrajado,
pudo y puede más. Las intentonas separatistas del mitrismo fueron abortadas.
Quedó no obstante, y producto de nuestra irresuelta cuestión nacional desde
1810, una Nación a medio tránsito de su definitiva emancipación, desigual y
desbalanceada. En 2003, al asumir Néstor Kirchner la presidencia y retomar el
programa histórico de una nación bajo el espíritu y los objetivos del Plan de
Operaciones de Moreno y Belgrano, la ideología y el accionar de Artigas, San
Martín, Bolívar, Dorrego, Rosas, Yrigoyen y Juan Domingo Perón, al asumir
Kirchner en 2003, la Argentina estaba reducida a una atrofiada semicolonia,
siquiera próspera, como en el Centenario, limitada geográficamente a la Avenida
General Paz, como otrora habían soñado y luchado Rivadavia, Mitre y Tejedor. El
presidente argentino, entre sus primeras obras de gobierno, se propuso
reincorporar a la Nación a millones de compatriotas así como a provincias
enteras, excluidos por la fuerza, no ya de los fusiles importados y financiados
desde Londres, sino de herramientas de dominación maquinadas desde igual
origen, pero aún más poderosas, como el empobrecimiento extremo, la
dependencia, el endeudamiento y la colonización cultural.
En estos últimos doce años –record histórico de permanencia
del pueblo en la Casa Rosada y del Jockey Club afuera de ella, que es donde
debe estar–, con Néstor Kirchner y con la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner, la República Argentina ha renacido en calidad de Estado nacional. La
planificación de la Argentina como soñaron los verdaderos revolucionarios de
Mayo y no los contrarrevolucionarios que desterraron a Mariano Moreno, maestros
de quienes luego harían lo propio con Artigas, San Martín, Rosas, Yrigoyen y
Perón, entre otros, la Argentina soñada por los revolucionarios de Mayo vuelve
a ponerse de pie con obras de infraestructura masivas y hechos concretos a la
altura del desafío bicentenario, a la altura de las necesidades de un pueblo
históricamente postergado pero resuelto a hacerse cargo de su presente y su
porvenir, a la altura de nuestro ingenio y nuestras capacidades, de la inmensa
geografía, de las maravillosas fuerzas productivas deliberadamente
obstaculizadas pero siempre latentes. En definitiva, se ha puesto de pie una
Nación que avanza a paso de vencedores hacia su segunda y definitiva
emancipación, como señaló en reiteradas oportunidades la Presidenta.
¿Cómo no comprender, pues, el rechazo profundo que le genera
el mitrismo del siglo XXI, un gobierno popular, nacional y verdaderamente
democrático que no sólo empuja los límites de la Patria a las fronteras
políticas por todos conocidos sino que entiende, piensa y practica a la Patria
desde la América del Sur, y desde el país profundo hacia Buenos Aires? ¿Cómo no
comprender el terror que provoca al mitrismo contemporáneo –el de la aldea para
un puñado de terratenientes, ganaderos y comerciantes– la realización de obras
monumentales dispersas por toda la geografía nacional, con inversiones por
centenares de miles de millones de pesos? ¿Cómo no comprender que aborrezcan de
satélites propios quienes aplaudían llegar a Japón en una hora y media y a
otros planetas desde bases espaciales en Córdoba, bases prometidas por la
“civilización” occidental en función de nuestros buenos oficios como
administradores de la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión? ¿Cómo no
comprender el rechazo al relanzamiento del Plan Nuclear, a la terminación de
obras energéticas para la inclusión social y el desarrollo federal, a la
recuperación de YPF y su rescate de los españoles herederos del saqueo que
siguió a la conquista y abrió nuestras venas por siglos? ¿Cómo no comprender el
vacío que sienten al no ser gobernados por intereses foráneos, al no ser
auditados por los técnicos del FMI, administradores de endeudamiento para la
estafa y el desmantelamiento del nuestra justificación como Nación? ¿Cómo no
comprender el odio que les genera a la nuevas generaciones de mitristas
encontrarse en un país que exporta Molibdeno-99, reactores nucleares de
experimentación, software y biotecnología, que promueve relaciones comerciales
y políticas con potencias no tradicionales, cuando sus antepasados dieron su
vida por un destino de granero del mundo?
4134 kilómetros de gasoductos en construcción con el
Gasoducto del NEA; los más de 3000 kilómetros ya construidos y los 5800
kilómetros de líneas de alta y extra alta tensión igualmente instaladas; los
miles y miles de kilómetros de rutas y autopistas nuevas; decenas de miles de
kilómetros de fibra óptica que interconecta al país y lo ubica a la vanguardia
regional en telecomunicaciones y tecnología de la información; las nuevas
universidades y hospitales de alta complejidad públicos, así como los centros
de medicina nuclear, parte de un plan nacional en esta especialidad médica
inédito en la historia del país y latinoamericana; marcos regulatorios por
doquier para fomentar un desarrollo genuinamente federal y con inclusión, bajo
la protección de un Estado eficiente, promotor de la actividad privada de todo
capital privado que quiera honrar a su pueblo (y no saquearlo); y ahora, a todo
esto, más lo mucho que nos ha quedado sin mencionar, el centro cultural más
importante de América latina y al nivel de los más prestigiosos del mundo.
¿Y qué responde a todo esto el mitrismo contemporáneo? ¿Qué
responde a todo esto un mitrismo harto, agobiado y superado de pueblo, de
soberanía, de consolidación de la autosuficiencia y la emancipación nacional?
Lamentables y nuevas zonceras, como por ejemplo lamentarse del nombre del
flamante centro cultural, justamente ellos, que tienen a un Mitre y a un
Rivadavia en la abrumadora mayoría de las calles, avenidas, paseos y espacios
del país, próceres de la semicolonia y la barbarie genocida e institucional que
puso al pueblo de las Provincias Unidas al borde del abismo en más de una oportunidad;
se quejan del nombre ellos, los que al día de hoy y en el emporio oligárquico
robado a Juan Manuel de Rosas en el barrio de Palermo, siguen denominando una
sala con el nombre de José Alfredo Martínez de Hoz, y que no perdonan haber
descolgado los cuadros de los genocidas.
El pueblo argentino que hoy goza de satélite propio y de
nuevos reactores nucleares, que tiene cada vez más obras y energía en función
de sus crecientes necesidades, su extensísima nación, su genio y su orgullo, es
el mismo pueblo que quiere comer cada vez más lomo –ese exquisito corte que el
mitrismo destinó siempre a la civilizada Europa y que hoy llora por su
progresivo consumo interno– todos los días de su vida, y si puede en un
restaurante de las afueras del Centro Cultural Kirchner, después de haberlo
visitado y haberse empapado e imbuido de Patria, mejor aún. El pueblo argentino
que ha celebrado masivamente en las calles el Bicentenario y este 25 de Mayo de
2015, que se alimenta y vive mejor, que ha fusionado ya su sentido común con el
sentido nacional, es el pueblo argentino que ya no necesita viajar a Londres,
París o Nueva York para adentrarse en uno de los edificios generadores y
promotores de cultura más importantes del mundo. Lo tiene en su propio terruño.
Y se equivoca el diario mitrista cuando en su editorial de
hoy afirma que el Centro Cultural Kirchner se ha hecho para “competir con el
Teatro Colón”; el pueblo argentino no compite, siquiera con sus verdugos; el
pueblo argentino tampoco excluirá de la historia a los próceres de la
semicolonia ni su legado, borrándolos de libros, calles u obras heredadas del
Centenario o de tiempos de padecimiento y dolor; eso sí, los estudiará y los
apreciará en su justa medida. Y se equivoca también el pasquín del centralismo
porteño y la republiqueta del tamaño de una Alemania en el Plata, pero con un
par de familias en calidad de población: no ha habido más y mejor federalismo
que el de estos últimos doce años. El Centro Cultural Kirchner podrá estar en
la ciudad capital, pero las universidades, los hospitales, las rutas, los
gasoductos, los acueductos, las centrales energéticas, los planes de vivienda,
los programas sociales, las inversiones y la infraestructura del tipo que sea
dice presente y avanza en las 23 provincias y 24 jurisdicciones. El padre de
ese federalismo genuino, de esa Argentina-Nación ha sido Néstor Kirchner; y su
madre, la actual Presidenta de la Nación. Nuestro pueblo es absolutamente
consciente de ello y así se manifestará en octubre.
* Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y
Servicios.
** Publicado en el
diario Página 12 del 28/5/2015 como
"El diario “La Nación”, la geopolítica de la emancipación y
el Centro Cultural Kirchner"
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