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lunes, 24 de marzo de 2014

Escuelas

"Y llegó -todo llega- el jueves, terrible día de su ingreso a la escuela. La mamá le remendó bien su saquito, que desgraciadamente no se criaba junto con él, y le hizo una camisa nueva; su pantalón fue heredado de Idaco, y llevaba alpargatas nuevas. Nunca había estado mejor puesto. Se lavó bien la cara con jabón y se refregó 'las patas'. Tampoco había estado nunca más limpio.

Se encaminó a la escuela, distante dos kilómetros de la casa. Luchaban en él dos sensaciones. Una, la curiosidad por saber qué era la escuela, y la otra... la otra le oprimía las tripas y hacía correr un ligero estremecimiento por el uasa tuyo; era miedo, un miedo enorme al maestro. Decían que los maestros castigaban a los niños por cualquier cosita. Cuando en las casas los chicos se portaban mal, las madres los amenazaban: 'Voy a llamar al maestro para que te lleve a la escuela' y los chicos se quedaban quietecitos atemorizados. Pero la realidad era que podían estar tranquilos, pues las madres por nada del mundo hubieran ido a hablar con el maestro.

Dicen que los hacía estar sentados toda la mañana en un banco y ¡guay! del que se mueva. ¡y cuando él no entendiera la castilla! ¡Y cuando el maestro le dijera que leyese! ¿Qué haría? ¡Era horrible! 

Pero había que ir, el maestro amenazó buscarlo con la policia ¡La policía! A Shunko le corrió nuevamente el miedo por la espalda y el estómago se le encogió más.

Una urpila caminaba ligerito por la huella, delante de él, pero ni ánimo para tikiarla con un terrón tuvo.

De pronto en un claro del bosque, se topó con la bandera. Ondeaba atada su asta a un algarrobo, bien arriba. Ankas yurah, azul y blanca. El viento la batía y ella echaba un ruidito de ropa sacudida. Shunko se detuvo y quedó mirándola. Si hubiera sido verde o colorada hubiera sido más linda.

(Cuando ahora recuerda esto, Shunko sonríe. Con el tiempo se acostumbró al color celeste y sentiría después una sensación de agradable calorcito en el cuerpo cuando la viera flamear.  El maestro le contó cómo fue hecha y cómo la gente murió por defenderla; entonces se formó en su cerebro la idea del símbolo.
Cuando en los días de fiesta se recita aquel verso que comienza:

'Página eterna de argentina gloria
melancólica imagen de la patria.
Eco de inmenso amor desconocido
que en pos de ti me arrastra...'

se le agolpan las lágrimas en los ojos, con un deseo inmenso de llorar, la garganta se le aprieta y traga saliva con trabajo. Él no entiende bien lo que esos versos quieren decir, pero siempre siente esta sensación cuando los oye. Ahora mismo cuando los recuerda...).

Bueno, cuando aquel jueves llegó a la escuela los chicos ya habían entrado a clase; claro que eso de entraron es una manera de decir. Debajo de un algarrobo enorme estaban los bancos en que los chicos escribían sentados; los de atrás escribían en el loma del banco de los de adelante; y así hasta el último; al del último nadie le escribía en el lomo. Sobre el tronco del árbol había un pizarrón y el maestro estaba de botas y bombachas, sentado en una silla vecina. En ese momento escribía en un cuaderno.

Shunko se aproximó con desconfianza y se detuvo a diez metros, incapaz de avanzar más por su propio impulso.

Estuvo así hasta que el maestro levantó la cabeza y lo llamó.

- ¡Hola, amigo, arrímese!

Shunko se acercó sacándose el sombrero, el maestro lo tomó del brazo y lo hizo apoyar entre las piernas. Le levantó la cabeza tomándola de la barbilla. Shunko se encontró con una cara que lo miraba sonriente.

-¿Imatah sutiiki?

- Benicio Palavecino.

- ¿Cómo te llaman en tu casa?

- Shunko.

-Bueno, Shunko -dijo, siempre en quichua-, aquí tienes cuaderno, lápiz y borrador; andá sentate y escribí lo que quieras, andá.

- Mana iachani...-dijo, llenándosele los ojos de lágrimas y tomando con miedo los útiles.

-No llores, tonto, ¿no sueles ver cómo tu papá escribe, así ligerito? Bueno, así hacé vos.

Shunko no había visto escribir a su papá porque su papá no sabía escribir, pero si al turo José en el almacén; aunque tampoco escribía ligerito.

Fue a sentarse, secándose la cara con la manga, anduvo sin saber dónde ubicarse, hasta que lo llamó Felipe. Se sentó a su lado y por su indicación se puso a trazar líneas irregulares a lo largo de las rayas del cuaderno; al ratito comenzó a gustarle y ya movía la mano como el turco José.

Shunko se sorprendió al oír que el maestro hablaba en quichua y que sólo de cuando en cuando decía alguna palabra en castellano." (...)

"Shunko"
Jorge W. Abalos
Editorial Losada
42ª edición: octubre 2000