Por Luciana Peker *
Un cambio de sala de último momento para el estreno del
documental Borrando a papá fue la oportunidad para que los responsables y
protagonistas del film que intenta demostrar que la violencia de género es un
negocio para estudios jurídicos y profesionales de la psicología y que los
padres son separados masivamente de sus hijos o hijas después de divorcios
conflictivos porque las madres les “lavan el cerebro” se exhiban en decenas de
medios como víctimas de una censura que, llamativamente, no aplicaría el Estado
sino diversas ONG feministas o de protección de niños, niñas y adolescentes. Su
discurso encontró eco en quienes lamentan los avances en la equidad de género
como una pérdida de privilegios.
A la niña la arrinconaron contra la pared. Le dijeron que
era un juego. La ensuciaron en un baño sin esponjas. Le hicieron cerrar los
ojos aunque no pudiera cerrar todos los poros. Tampoco su cuerpo podía cerrarse
más fuerte aunque ella frunciera la nariz y se clavara las uñas hasta dejarse huellas.
Sus piernas fracasaron en el intento de mantenerse rígidas. A la niña le
dijeron que no dijera nada, que era un secreto, que no le iban a creer y que si
su mamá le creía las iban a separar. Pero el siglo XXI trajo, entre sus
conquistas, el valor de la palabra de las niñas y niños. Y ella se animó a
contar ese dolor escondido entre las sábanas por las que se le escapaba el pis
y todos sus miedos. El secreto se hizo palabra. Y la palabra prueba. No hay ADN
de unas tardes que pasaron mucho antes de poder hablar. No hay testigos que
hayan visto lo que pasaba entre los azulejos amurados. Hay palabra. ¿Pero qué
pasa con las palabras de la niña si ella se lo cuenta a su madre y la sospecha
es que la madre denuncia para hacerle daño al padre? ¿Qué pasa con la palabra
de la niña si se instala el discurso de que el abuso es sólo una fantasía en la
que la niña cree porque su madre, despechada, supo cómo manipularla? ¿Qué pasa
con la palabra de la niña si se impugna públicamente a las y los profesionales
que la escucharon, vieron sus dibujos, observaron sus síntomas porque, como se
argumenta desde un machismo recalcitrante pero renovado, “las feminazis ganaron
terreno y la Justicia discrimina a los hombres por ser hombres”? ¿Qué pasa con
la niña? ¿Qué se les dice a las niñas a las que se las anima a hablar para
defender el derecho sobre su cuerpo y después se las acusa de no decir la
verdad sobre su cuerpo invadido?
El documental Borrando a papá respalda la idea de que la
palabra de las niñas y niños que se ven obligados a hablar en ámbitos
judiciales porque fueron agredidos de distintas maneras por sus progenitores
está manipulada por sus madres, que hay un fenómeno masivo de padres separados
de sus hijos e hijas injustamente, que hay un negocio con las falsas denuncias
sobre violencia de género y abuso sexual, que el Síndrome de Alienación
Parental (SAP) u otras formas de llamar a un supuesto “lavado de cerebro” de
una madre sobre sus hijos para que digan en cámara Gesell y frente a peritos
una mentira inventada existe a pesar de no estar respaldado científicamente,
que la formación en la Argentina sobre abuso sexual y violencia de género está
generada exclusivamente por el psicólogo Jorge Corsi (condenado por promoción a
la corrupción de menor de edad) y que, por lo tanto, no hay profesionales aptos
para trabajar contra las agresiones sexuales. Y alegan que no pueden exhibir el
film porque los censuran.
Sin embargo, el documental de Ginger Gentile y Sandra
Fernández Ferreira –la primera es esposa del productor, Gabriel Balanovsky,
procesado por secuestrar a su hija durante un año (ver aparte)– tuvo una sala
en el Arteplex de Constitución que fue rechazada por los responsables del film,
dato que en su mediatizada denuncia se omite deliberadamente; como también se
omite que las denuncias de algunas reconocidas ONG que trabajan por los
derechos de niños y niñas no tienen poder de censura.
Más allá de esta controversia, lo que quedó de manifiesto en
los cientos de entrevistas que se realizaron a los protagonistas y realizadoras
de Borrando a papá, en los comentarios después de cada nota de denuncia, en la
empatía de algunos entrevistadores, fue el ansia por hacer lugar a cierta queja
machista, por poner en escena un modelo de macho víctima de la pérdida de
ciertos privilegios frente al avance de la equidad de género. Aun cuando
denuncien censura, tomaron la palabra “buenos muchachos” que hacen sniff frente
a las cámaras porque fueron separados de sus hijos o hijas y acusan en sus
blogs y sitios en redes sociales que las mujeres no luchan por la igualdad de
género porque quieren todos los derechos para ellas. Lágrimas de cocodrilo. Ese
animal que parece llorar para atraer o comerse a sus víctimas y que puede
permanecer quieto durante un largo tiempo hasta dar un zarpazo lapidario.
La verdad en cifras
La página de Facebook del neopaternalismo, con el trailer de
la película y la alegoría de varones que cuentan sus penurias desgarradas,
tiene 17.459 seguidores. Desde allí, entre otras cosas, alegan: “En Borrando a
papá denunciamos ‘el negocio de las falsas denuncias’ en divorcios conflictivos
(que saca recursos para las verdaderas víctimas). Ahora tenemos pruebas:
violencia familiar en Córdoba, cifras oficiales. Son 37.673 denuncias en 2013,
5807 falsas y más de 25 mil no comprobadas”, aseguran.
“Es una falacia total”, replica Alejandra Morcillo,
directora de Violencia Familiar del Ministerio de Desarrollo Social de Córdoba.
Y critica: “No se puede hablar de falsedad de pruebas. Nosotros asistimos
integralmente a 10.000 víctimas por año y siempre han sido reales los hechos
denunciados”. Según los últimos datos estadísticos oficiales del Centro de
Perfeccionamiento Ricardo Núñez, del Poder Judicial de la Provincia de Córdoba,
del 2012, hubo 26.456 denuncias en la provincia. Se admitió el 91 por ciento de
las acusaciones y el 9 por ciento no. O sea, tranquilos, si una denuncia no es
consistente no se sigue. Pero no es cierta la invasión de mujeres maquilladas
por la moda del golpe fácil.
A contramano de la idea de la industria de la violencia de
género, en seis años el organismo destinado por el máximo tribunal argentino a
medir la violencia familiar no constató ni una sola causa que condene a una
mujer por designarle el papel de abusado/a a su hijo o hija en un guión de
ficción con exhibición en la Justicia. La Oficina de Violencia Doméstica de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación monitoreó que, en las más de 59.000
denuncias que recibieron desde el 2008, no se registró ni una sola sentencia
por falsa denuncia. En muchos casos, la Justicia considera que no hay pruebas
suficientes para llevar a prisión a un hombre acusado de abuso sexual o para
sustanciar fehacientemente la violencia. Pero nunca, en 59.000 causas, se
comprobó que un expediente estuviera armado a propósito para descalificar a un
hombre.
Un estudio realizado por Virginia Berlinerblau, sobre una
muestra de 315 casos de niños de entre 2 y 18 años ingresados al Cuerpo Médico
Forense de la Justicia Nacional arroja sólo un 3,8 por ciento de denuncias que
podrían ser falsas. ¿Hay que dejar de darle vía al 96 por ciento de las
denuncias porque, a lo mejor, un 4 por ciento de los abusos no son reales?
S.O.S.: los niños podrían dejar de estar primero.
En cambio, desde la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de
Tucumán se informa que hay un aumento significativo de casos graves. Un 51 por
ciento de las denuncias del 2013 fueron calificadas de alto y altísimo riesgo
y, en lo que va del año, ya el 59 por ciento son consideradas alarmantes. En
cambio, solo el 0,89 por ciento de los relatos son evaluados como de bajo
riesgo. Por lo tanto, si hubiera que desestimar las denuncias –aun cuando
puedan ser reales pero no implicar peligrosidad–, el organismo considera que
sólo podría hacerse en el 1 por ciento de los casos.
En la Argentina muere una mujer cada 30 horas por violencia
de género. ¿La idea es que se frene el avance de las medidas de protección? El
año pasado fueron víctimas de femicidio 295 mujeres y, entre ellas, perdieron
la vida 14 niñas de 0 a 13 años. En siete casos los padres o padrastros fueron
los asesinos, según cifras del Observatorio de Femicidios Adriana Marisel
Zambrano, de La Casa del Encuentro, recogidas entre el 1º de enero y el 31 de
diciembre del 2013.
La violencia de género no es un problema excepcional.
Solamente desde el 1º de julio al 30 de agosto del 2014 llegaron 2878 llamados
por violencia de género a la línea 144, a cargo de la Subsecretaría de la
Unidad de Coordinación Nacional para la Prevención, Asistencia y Erradicación
de la Violencia contra las Mujeres del Consejo Nacional de las Mujeres. En 2433
casos la agresión era sistemática (y 435 mujeres la sufrían desde hace una
década) y 1858 veces dijeron que la violencia se ejercía con niños, niñas y
adolescentes presentes. Eso demuestra por qué, muchas veces, la Justicia ordena
la restricción del contacto del progenitor con sus hijos e hijas. “En nuestro
país, si un papá injustamente está impedido de ver a su hijx tiene remedios
penales y civiles. La ley dispone que el juez fijará un régimen de visitas
urgente o hará cumplir el existente”, aclara la abogada Claudia Hasanbegovic.
Pero, una cosa es que un agresor no pueda ver –por treinta,
sesenta, ciento veinte o en casos más graves en forma indefinida– a sus hijos
para prevenir situaciones de riesgo a través de medidas de protección
dispuestas con el objetivo de ponerle un límite a la impunidad que suelen
ejercer varones violentos. Y otra, muy distinta, que padres de buena fe y sin
restricciones judiciales no puedan ver a sus hijos porque la Justicia no
defiende a los padres.
No están desprotegidos
Pero la cobertura mediática y el boom de likes que genera
Borrando a papá no parece ser un suspiro de aprobación frente a una puerta de
jardín de infantes con un grupo de bonachones Señores Papis, sino el argumento
justo para frenar los canales de acceso a denuncias y defensas de mujeres
víctimas de violencia y/o madres protectoras de sus hijos e hijas. En inglés
existe una palabra justa: backlash. O la hora de retroceder frente a la
posibilidad de evitar los abusos sexuales intrafamiliares.
El abuso sexual en las mejores familias es el nombre del
libro de la psicóloga Irene Intebi, editado en 1998, que enmarcaba que el cuco
no estaba sólo bajo techos de chapa o en callejones sin salida. Periodistas,
músicos, médicos, funcionarios, políticos, curas, psicólogos, escritores son
también abusadores. Las mejores familias son de clase baja y alta,
profesionales o analfabetos. Pero, eso sí, cuando las denuncias recaen sobre
quienes tienen más recursos, prestigios y vínculos sociales el boomerang de la
respuesta es mucho más fuerte. Los poderosos tienen mucho más para perder y
ponen muchos más recursos –económicos, sociales y culturales– para poder ganar.
“En Borrando a papá apelan a estereotipos misóginos que son
recibidos por muchas personas porque coinciden con preconceptos patriarcales de
nuestra sociedad machista. La película está en el contexto del cabildeo que
hacen estos grupos de varones que se consideran víctimas para propulsar cambios
legales a su favor, como el de la tenencia compartida obligatoria o la
derogación de la ley para prevenir y erradicar la violencia hacia las mujeres”,
enmarca Hasanbegovic, profesora del curso Manipulaciones Judiciales de los
Varones Violentos, en donde asegura que los varones violentos ejercen mucha más
disputa por la tenencia de los hijos y cumplen menos con la obligación de
alimentos.
No todo lo que reluce es llanto
Un documento del Consejo de la Magistratura, del 25 de
noviembre del 2011, respalda la decisión de la jueza María Cecilia García
Zubillaga de no dejar salir al país al hijo de Yura Shubin, que dice en el
trailer del documental que fue acusado por enseñarle ruso, su idioma natal, a
su hijo. Aunque, en verdad, no se lo dejaba llevarlo fuera de la frontera (por
temor a que no lo regrese al país), pero sí se le asignaba un régimen de
visitas, de alimentos (al que se negaba por alegar estar desocupado) y se
constata una denuncia previa de su ex esposa por maltrato.
Creer en el llanto del macho puede esconder otros llantos.
“Obligar a alguien a vincularse a la fuerza es generar un daño intencional en
la psiquis y en el alma de esa personita vulnerando todos sus derechos. Con la
ley de impedimento de contacto en una mano y el mentiroso SAP en la otra llega
un patrullero y se lleva a la rastra y con gritos a niños que claramente temen
ese momento y explícitamente plantean que no quieren ir. Nunca es sin
consecuencias”, delimita Liliana Hendel, psicóloga, periodista y coordinadora
de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género en Argentina
(Ripvg) sobre los efectos de lo que denomina “Borrando a la justicia”.
“Las asociaciones de padres que se dicen injustamente
separados de sus hijos encubren a violentos/violadores. Seguramente habrá en
esos grupos papás que pasan por situaciones de dificultad y dolor y son objeto
de desconsideración judicial. Ellos deberían ser los primeros en diferenciarse.
Pero ahora se intenta proponer una plataforma para que parezca que es una
controversia entre padres buenos contra madres malas y quienes defendemos a las
madres protectoras aparecemos en esta versión como feminazis. En la misma línea
de quienes dicen que juegos incestuosos no son delito y que es preferible un
padre violento o violador que un no padre.”
Otra idea de la doctrina Borrando a papá es que la defensa
de los derechos de las mujeres y la infancia abusada es fruto de la secta
Corsi: “Corsi es un pedófilo que ha merecido el rechazo de la sociedad en su
conjunto y en especial de quienes se formaron con él. Los estudios acerca de
niñez, violencias y derechos son anteriores a Jorge Corsi. No empiezan y por
supuesto no terminan en él”, apunta Hendel. “Afortunadamente, nunca leí ningún
texto de Corsi y por ende nunca empleé ningún argumento de él para fundar una acusación
por abuso sexual infantil”, explica el abogado Juan Pablo Gallego, consultor de
Unicef, autor del libro Niñez Maltratada y Violencia de Genero y acusador del
cura César Grassi que hoy purga una condena de quince años de prisión.
En el nombre del padre
La mayor bandera libertaria de los papaítos es la censura al
documental. Sin embargo, el Incaa explicó que le ofrecieron una sala para el 28
de agosto en el complejo Artecinema de Salta 1620. Pero San Telmo producciones
–que todavía no presentó toda la documentación requerida– no aceptó.
La ex diputada Marcela V. Rodríguez, Investigadora del Grupo
Justicia y Género del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas
Públicas (Ciepp), igualmente, contextualiza: “La libertad de prensa de ninguna
manera puede prevalecer sobre la violación de los derechos de los niños, niñas
y adolescentes. Del mismo modo que no se puede alegar que existe libertad de
prensa en casos de pornografía infantil y exhibiciones obscenas. La expresión
no son solamente palabras sino que son actos performativos que causan daño”.
Mientras que la diputada Gladys González (PRO) explica por
qué pidió que no se exhibiera en el corazón de las estrategias judiciales, el
Colegio Público de Abogados: “El documental es explícito en no reconocer la
realidad de la violencia de género cuando dice: ‘la violencia doméstica es una
industria multimillonaria...’ Estas mentiras y estadísticas falsas son
difundidas en todo Occidente y como resultado los hombres son considerados
violentos no por lo que hacen sino porque nacieron varones. Y desacredita el
testimonio de los chicos, promoviendo que se los silencie en los procesos
judiciales de familia y penales. Su contenido fue repudiando por el Consejo de
Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad, así como por el Comité de Seguimiento
y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, por lo
que es inconveniente que una Institución como el Colegio Público de Abogados
proyecte un documental que promueve la vulneración de derechos”.
Mujeres con pelotas
“San Telmo producciones presenta su segundo documental sobre
discriminación por género, Borrando a papá”, explica la gacetilla de este
documental. El primer film de Gabriel Balanovsky fue Mujeres con pelotas, en
donde retrata el excelente trabajo de Mónica Santino frente a los grupos de
fútbol femenino de Las aliadas, en la Villa 31 y el Centro de la Mujer en
Vicente López. Balanovsky no tuvo el tacto o el tiempo (en seis años) de
contarle a Mónica –desde 2008, cuando la conoció– que la película iba a formar
parte de una saga ideológica en base a su concepto de discriminación de género,
en donde los agresores serían colocados como discriminados. Tampoco le confió
que estuvo preso durante un año por interceptar a su hija, en noviembre de
2001, en el camino al jardín de infantes y escapar de la Justicia sin dejársela
ver a su mamá. La Justicia lo encontró por una orden de captura por sustracción
de menores y lesiones, a pesar de que la nena de cinco años no estaba anotada
en ningún jardín público o privado. “Las escuchas telefónicas detectaron que
los padres de él estuvieron consultando sobre cómo emigrar a Israel”, contó la
madre de su hija en una nota en Páginal12 el 24 de agosto de 2002. La Cámara de
Casación Penal lo dejó salir de prisión porque consideró que como tenía la
patria potestad no era un secuestro.
Pero no le había dicho nada de esto a Mónica Santino para
que aceptara girar la pelota frente a su cámara. “Enorme fue la tristeza al
enterarnos de que el siguiente trabajo de los directores iba dirigido a
ensalzar al SAP. Creemos que Mujeres con pelotas sirvió de colchón para ponerse
del lado de la lucha contra la violencia de género. No nos embarren la cancha.
Sabemos de qué se trata cuando de violencia de género hablamos.”
* Publicada en el suplemento Las 12 como “Borrando la
violencia de género” el 12/9/2014