Por Horacio Cecchi (*)(**)
Prisila, de 7 años,
desapareció el sábado, pero la denuncia se presentó el lunes. Su cuerpo
apareció el martes, en una bolsa de residuos en un arroyo bajo la avenida
Mitre. Tenía marcas de golpes y quemaduras. La madre y el padrastro se negaron
a declarar.
La buscaban desde el
lunes. Había desaparecido el sábado. Un volante con su foto, y el texto “Su
nombre es Prisila. Falta desde el 4 de enero de su casa en la zona de
Berazategui”, proporcionaba teléfonos para contactar a quien la encontrara.
Resultado, el peor esperable. Su cuerpo apareció en el arroyo Plátanos, bajo un
puente de la avenida Mitre, cerca del cruce con la calle 43, en Berazategui,
casi fuera del límite de la localidad de Hudson. El hallazgo tuvo lugar la
mañana del martes, pero se desconocía su identidad. A la noche del mismo
martes, lograron unir búsqueda y hallazgo y confirmar que se trataba de
Prisila. El titular de la fiscalía descentralizada de Berazategui, Carlos
Riera, allanó la casa de la madre, en Hudson, y la detuvo junto al padrastro
bajo la sospecha de que uno de ellos o ambos la habían matado e intentado
ocultar el crimen. Hasta acá, la información escueta, casi desnuda, liviana de
detalles macabros. Detalles que en noticias de este tipo abundan con una
facilidad que supera veladamente las tasas de homicidio en ocasión de robo y
que, en cambio, suplantan la fuerte impronta de los homicidios intrafamiliares.
Al no encajar el caso como un supuesto de inseguridad, lo que se suele vender
es morbo. Este es un desafío al lector, aproximarse a los motivos profundos que
derivan en la muerte de una pequeña como Prisila.
Prisila nació hace siete
años pero, según la información a la que pudo acceder este diario, no estaba
documentada. Es decir, sus padres la llamaron Prisila de entrecasa, aunque para
el Estado provincial hasta el martes no existía. Paradoja la de Prisila, que
existió cuando dejó de existir.
En realidad no existía a
medias, ya que concurría a una escuela, posiblemente de Lanús, donde vive su
padre y con quien vivía hasta noviembre pasado, cuando fue mudada a lo de su
madre, una casa de familia ampliada como se suele denominar a aquella que reúne
a varias generaciones. La mujer, de 34 años, vive allí con su pareja de 30,
tres hijos en común muy pequeños (4, 3 y 2 años y un bebé fallecido en
noviembre pasado por asfixia –obstrucción láctea en la tráquea, según la
autopsia–). Además, dos niños de 11 y 15, hermanos de Prisila, y otros tres,
algo mayores, algunos de ellos a su vez con hijos.
La escolaridad de Prisila
no tuvo confirmación oficial a la consulta de este diario por parte de la Subsecretaría de
Niñez, Adolescencia y Familia bonaerense, pero pese a que algunos medios ya
mencionaban su “no escolarización”, la foto que circuló muestra a la niña con
guardapolvo blanco, escarapela y fondo azul. No es contradictorio. La escuela
puede funcionar como un ancla que empuje a una familia hacia la confirmación
estatal de identidad. No es poco. En caso de que así fuera, falló la obsesión
estatal por obligar a la familia a documentarla.
De las intervenciones
estatales la penal es la más visible, más por única que por ostentosa, que
además lo es. Sin identidad, la intervención estatal en el caso Prisila corrió
por cuenta, primero de la comisaría de la mujer, de Berazategui, donde la madre
concurrió a efectuar la denuncia el lunes por la mañana. Denunció la
desaparición ocurrida el sábado. La segunda intervención fue de la DDI de Quilmes, cuando alguien
detectó el cuerpo de la chiquita en una bolsa de residuos en el arroyo Plátanos
a unos 800 metros
de la casa donde vivía, aunque a esa hora, la mañana del martes, nadie sabía a
quién pertenecía. El cuerpo no estaba calcinado pero presentaba quemaduras. La
zona tiene unos cuantos casos de chiquitos denunciados como desaparecidos.
Podría haber sido cualquiera de ellos. A la noche, el Estado penal identificó a
quien no había identificado. Se trataba de Prisila, muerta a golpes y con
marcas de quemaduras, interpretadas por ahora como intentos de deshacerse de su
cuerpo.
Una supuesta declaración del
padrastro ante la DDI
abrió a los investigadores policiales la pista que apuntó sobre la madre, y que
la información mediática se encargó de subrayar más como madre monstruosa que
como mujer desbordada, lo que no le quita responsabilidad sino que se la carga
a ella sola y, en especial, libera al que la investiga, el Estado. Declaración
inválida además porque ante la
Justicia no fue convalidada. Ayer, durante la citación a
indagatoria, tercera intervención del Estado en la historia de Prisila, ambos
se negaron a declarar, con lo que los investigadores deberán encontrar pruebas,
cabellos, rastros de ADN de la niña allí donde quiera que estén, testimonios de
vecinos o parientes que ayer circulaban en los medios como si se tratara del
respaldo de objetividad que requiere la persecución penal, pero anticipada. No
se trata de exculpar a responsables, sino de no condenar mediante el morbo y
anticipadamente.
Para completar la
historia, una cámara de un comercio captó la figura nocturna de la pareja
empujando un cochecito de bebé en dirección al arroyo. Supuestamente cargaba el
cuerpo de Prisila. Los acompañaban dos chicos de unos 10 a 15 años, posiblemente dos
hermanos de la nena. Una manera de comprometerlos al silencio. La violencia
familiar puede ser física y/o psíquica, pero tiene profundas raíces culturales.
(*) horaciolqt@yahoo.com.ar
(**) Aparecido el 9/01/2014 en Página/12