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jueves, 24 de abril de 2014

Sobre rieles


Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de los más de 40 millones de argentinos
Inauguración de la Línea San Martín de Ferrocarril
A nuevo por primera vez en medio siglo
23/04/2014
Estación Saénz Peña
Provincia de Buenos Aires
Argentina 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Inventarios


Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de los 40 millones de argentinos 
9 de septiembre de 2013
En la nueva Casa de la cultura
Villa 21 - Barracas
Ciudad de Buenos Aires

jueves, 23 de mayo de 2013

Infraestructuras



Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de los 40 millones de argentinos
Salón Mujeres Argentinas
Casa Rosada - Argentina
22/5/2013

viernes, 17 de mayo de 2013

No me olvido


Compañera Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de los 40 millones de argentinos

En la Universidad Metropolitana 
para la Educación y el Trabajo
Ciudad ¿autónoma? de Buenos Aires 
16/05/2013

domingo, 28 de abril de 2013

Pueblo


Unidos y Organizados
En Villa Elvira - La Plata - Prov. de Bs. As.
Abril de 2013
Esta belleza fotográfica pertenece a 
Luciana Granovsky

(Fuente: Página/12 28/4/2013)

martes, 23 de abril de 2013

Ventanas


Por Luciana Peker *

Eutimia Clara Palomino tenía 87 años; para el barrio era esa figura encorvada que barría siempre la vereda. Ella no resistió. Murió de un infarto, dice su hijo que es médico y repiten los vecinos. Su casa, al 1623 de la 37, ahora también está muerta. Las persianas están bajas. La casa está cerrada. La tristeza no tiene más remedio. Ya no hay a quién golpearle la puerta.

Rosa Attanasio intentó golpearle a Eutimia cuando todavía la lluvia perdonaba las rodillas. “Hubo tiempo de salir. Nosotros le tocamos la puerta. Somos vecinos de años. Ella tenía experiencia en inundaciones. Pero no contestó. Se ve que no estaba bien. Nosotros pensamos que estaba con el hijo. Y nos fuimos para el departamento de mi hijo, que ayudó a rescatar a otro viejito por el techo. Pero toda la ayuda la hizo la gente joven. Yo pensaba. ¿Habrá un helicóptero? Pero no había nada.”

Igual que Eutimia murieron, por lo menos, otras veintitrés mujeres solas. Entre ellas Lucila Ahumada de Inama, en su casa de 29 entre 36 y 37, que todavía buscaba a su nieto, a su hijo Daniel Inama y a su nuera Noemí Macedo, quienes fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1977 y llevados al centro clandestino Club Atlético. Murió sin conocer su destino. Las Abuelas de Plaza de Mayo confirmaron que Ahumada fue encontrada sin vida en su casa bajo un metro setenta de agua. “La tragedia nos ha tocado de cerca porque una de nuestras compañeras fue encontrada muerta”, expresaron las Abuelas de Plaza de Mayo.

La muerte de Lucila muestra una fragilidad real. “Las mujeres son las que viven entre cinco y seis años más que los varones, pero con más nivel de discapacidad, son las que viven solas, no tienen la protección de tener un marido, esto puede hacerlas más vulnerables”, señala Ricardo Iacub, profesor titular de Psicología de la tercera edad y vejez de la Facultad de Psicología de la UBA y psicólogo especialista en mediana edad y vejez.

“Cuando fue la catástrofe de terremoto en Chile y el tsunami en Japón, las muertes de personas ancianas y de discapacitadas sucede. En Japón fue en un porcentaje del 72 por ciento, como en La Plata, de personas mayores o muy mayores. Está claro que cuando se produce una catástrofe el caos inicial hace que las personas traten de resolver primero lo suyo y después traten de ayudar y que las personas con mayor edad formen parte del grupo de los vulnerables porque no hayan podido tener la rapidez para irse. El 30 por ciento de los mayores de ochenta vive solo, no quiere decir que estén solos. La intimidad a distancia es una de las mejores formas que tienen para vivir, esto implica que pueden vivir en hogares diferentes pero con redes de reciprocidad y ayuda mutua entre vecinos que se ayuden en un robo, una entradera, una inundación o un golpe de calor, como sucedió hace unos años en Francia, donde murieron ancianos por deshidratación. Uno debería trabajar para prevenir que haya una red de contención comunitaria. Primero saber quién es tu vecino y que le podés tocar el timbre al otro”, propone la socióloga María Julieta Oddone, doctora en Antropología e investigadora del Conicet, y directora del Programa de Envejecimiento y Sociedad de Flacso.

La ciudad de La Plata parece una gran mudanza pública: los sillones se recuestan en la vereda sin esperar que nadie venga a usarlos, los libros se abren de cara al sol que llega para secar las letras, los contratos de alquiler se abrochan como la ropa –pero prolijos– esperando escurrir, las partituras salen sin ofrecer música, sólo sus notas a tomar aire en la cuadra donde un arbolito de Navidad también anuncia el fin de fiesta y un paraguas muestra lo inservible que puede ser cuando la lluvia no tiene medida.

La línea negra que se ensaña con casi todas las paredes muestra que el agua estuvo mezclada con derrames químicos la tarde y la noche de la tormenta. La línea negra marca hasta dónde llegó el agua en cada casa. Esa línea hoy separa en La Plata lo que se salvó de lo que no se salvó. Una de las historias más trágicas es la de la esquina de 37 y 28. Ahí un abuelo y su nieto fueron llevados por la tormenta. El nene, de tan sólo cuatro años, pudo ser rescatado por una soga por unos vecinos. El abuelo no. Su esposa tiene la ventana entreabierta. Hay un sol que no necesita confirmación. Todos parecen necesitar dejarlo entrar. Aun ella que carga con un dolor infinito y el acoso de los medios. Jorge Pío Colauti, de ochenta años, era su marido y murió en la inundación. Ella ordena con todas las cosas de su cocina afuera y pide “no me hagas ninguna pregunta”. El silencio, entonces, se impone como forma de luto.

Otras veces el duelo se hace palabras. No creen que esa lista de cincuenta y cuatro muertes sea real. Sospechan. Una y otra vez preguntan, especulan o aseguran que hay más muertes. No puede ser que sólo en el barrio La Loma, entre la 37 y 36 y la 28 y la 30, falten alrededor de diez vecinos. La muerte es muchas. Es tantas que se vuelve imposible. Inverosímil. La muerte es intragable. Y se escupe en bronca.

Las veredas tienen muebles dados vuelta y las casas, puertas arrugadas. Las conversaciones se derraman siempre en el mismo rumbo. Son como las gotas de la misma lluvia que las trajo. “Yo, que nunca tengo miedo a nada, tengo miedo”, dice Pablo Giuliodori, el hombre más robusto de la cuadra. El cuenta que la ciudad era un tsunami pero sin olas.

¿Qué puede pasar de ahora en más con los que padecieron la inundación? “Si uno se pone en los zapatos de un adulto mayor en una situación que te puede dejar sin recursos puede sentirse desbordado. Cuando se superan los 80 años los niveles de discapacidad aumentan, los problemas de vista, audición o motores. Es mucho más complejo sobrellevar el control de la realidad y puede haber síntomas de estrés, enojo, molestia, problemas cognitivos, demencias, desbordes en su capacidad de control, gente desorientada, perdida, con un nivel de irritabilidad enorme”, describe Iacub. “Cuando se nubló todo hubo llanto generalizado por miedo a que volviera a llover”, relata Claudia Montesino, psicóloga social y voluntaria en el centro de evacuados de la Escuela 125 de La Plata que ayudaba a empezar a recuperar objetos, papeles y ropas a las personas de edad avanzada para que retengan sus recuerdos.

Se pueden armar redes sociales. Iacub da un ejemplo. “En Cuba, con todos los ciclones que hay, no mueren adultos mayores. Se hace que traten de tener más cuidados, que intenten estar acompañados, que se los busque prioritariamente. Por eso hay que aprender de esta experiencia.”

Pero no todo es fragilidad en la tercera edad. Iacub rescata otra fortaleza no conocida: “Hay investigaciones que demuestran que tienen un manejo psicológico mejor que las personas más jóvenes porque frente a situaciones emocionales controvertidas prefieren elecciones más positivas. Por eso, tienen un mejor manejo de la emoción”.

–Yo me pinto para darme fuerzas –cuenta Ana González, de 93 años. Con los labios y las uñas fucsia desde antes de que le tocáramos las ventanas. Ella rescata: “Se salvaron los lápices de labios, las cremas y los perfumes”. También se alegra: “Salvé el álbum de la comunión y el álbum de los noventa”. A Ana la salvó su vecina Paula Soledad Martínez, una abogada de 26 años. “Le deseo que sea feliz”, le dice ahora, que sabe que el agua se llevó algo más que su cama, algo más que su gatita blanca, se llevó a otras vecinas.

Ana, al principio, no quería subir a la pieza de arriba. “Es que no creía que el agua iba a subir tanto”, recuerda. Después terminó en el techo junto a otros diecisiete refugiados.

–Ahorita digo yo: ¿Dónde está Dios? –se pregunta Ana.

–En algún lado está, porque acá estás vos –le contesta Paula.

– ¿Y los qué no están? –vuelve a preguntar, más insidiosa, Ana.

Ella cuenta que entre los escombros encontró un llavero del Papa –el que estuvo quince años– y lo tiró. No es la única anécdota de estos días. Además de la bronca, también encontró lugar para la risa. En el zapping encontró la película Titanic y le pareció el colmo de la ironía. ¿Cómo puede ser? “¡Más agua no!”, protesta entre la risa que la encuentra acodada en su ventana, donde se la ve simplemente con sus labios rosa. Ni siquiera se nota que tiene que agacharse para caminar.

Después invita a entrar a su living. Le da bronca que resistió la mesa y no su cama. Pero no quiere que sus dos hijos gasten en un nuevo juego de dormitorio. Ella cree que siempre hay que ahorrar. Ese fue el lema en su vida. Así sobrevivió esta mujer que trabajó de kiosquera, tuvo dos hijos, cinco nietos y tres bisnietos. Y como si fuera una receta explica: “Yo pasé los años treinta”. Ella aprendió a leerle el diario a su madre analfabeta. Así sabe reconstruir y reconstruirse.

Ana tiene que agradecerle a Paula haberla rescatado. Y su fortaleza se agradece también en estos días donde la muerte se encuentra con abrir la ventana. Paula se desperezó de la tormenta con miedo de que le hayan robado su casa. Pero no fue ésa su peor pesadilla. Una semana después sigue limpiando. No hay lavandina que borre el recuerdo de la muerte.

–Mi hermano salvó a una mujer de 83 años que estaba con su marido muerto. No sabemos si se murió ahogado o de la impresión. Ella no se quería mover. Le levantamos la persiana. La pudimos convencer. Y le saqué la bata, le hicimos de tomar algo calentito, estaba blanca, helada, gracias a Dios zafó –agradece Paula.

Muchas le agradecen a ella esos pequeños gestos de deshielo.

Paula y su hermano son superhéroes. El barrio tiene sus casas apagadas y las casas que están vivas, limpiándose, buscando un nuevo orden. También hay asistentes sociales y hasta pasó el ejército. El temor a los robos no da lugar a la inocencia. Pero por un momento –que seguramente pasará– la propiedad privada tiene un lugar distinto. La vereda es ahora un lugar común en donde se juntan las propiedades de todos: los lamentos de lo que perdieron y los sueños de reconstruirse.

No hace falta prestar atención para saber de qué se está hablando. Se habla de eso. De la inundación. De lo que pasó y de cómo salir. “Esto lo guardo para el crédito”, dice una vecina. Caen las hojas, ladran los perros, los guantes se cotizan para protegerse de la lavandina y una amiga baldea una casa ajena. En la escuela del barrio no hay clases. Los chicos se ríen, casi siempre –por suerte–, los chicos se ríen, se hacen caballito, encuentran la forma de reírse, hacen pasamanos con las donaciones y aplauden. En el barrio retumban los aplausos.

Más allá de los ecos, María Ester (Maruca), de 87 años, camina con pasos cortitos y lentos. Tiene un chalequito gris de lana y una camisa. No hace frío. Pero es como si la piel necesitara algún abrigo. La abraza su hija María del Carmen Caselia, de 61 años. No importa cuánto pueda hacer Maruca para ayudar a reconstruir cada foto carnet que se apoya sobre la mesa de roble. No importa si cada uno de sus pasos es cortito. No se trata de caminar largas distancias. Su hija la necesita. Y ellas enredan sus brazos en esa pequeña vuelta que las encuentra juntas. Encontrarse es la palabra justa.

Si María Ester hubiera estado en esa casa de La Loma, ¿cómo hubiera sobrevivido?

“Mi mamá estaba en la casa de una hermana. Por suerte no en toda La Plata llovió igual, si no ¿cómo la ayudas?”, se pregunta.

Apenas María del Carmen puede recordarse a ella misma para saber cómo hizo para salir de su casa en ojotas y vestido de verano –con el agua que ya la tapaba– y subirse a una pared blanca y finita. En el intento de trepar se cortó con una reja, empezó a sangrar sin parar. Ella es médica, pero no pudo usar sus conocimientos para nada más que saber que si era una arteria estaba en problemas. Sentía la sangre arriba de ella igual que el agua y sus gritos. Era lo único que la acompañaba. Hasta que ya no sentía nada. Así aguantó durante cuatro horas seguidas. Sus ojos ahora miran fijo, clavados también, como si el tiempo no pasara. O como si tuviera que pasar todo de golpe.

–Cuando paró la lluvia yo no podía caminar, la correntada me llevaba. Por eso, lo importante es que la ciudad no se inunde –dice María del Carmen.

No encuentra otro remedio.

En su casa hay pañuelos planchados y fotos rescatadas, cubiertos sacados del cajón y frazadas nuevas. Un robo del pasado que parece un cuento tonto al lado de la inundación que arrasó hasta con los relatos de la inseguridad y un paredón alto y finito que se convirtió en una prueba de supervivencia.

–No podías ni subirte arriba de la mesa porque a la mesa la da vuelta el agua –dice Maruca.

Y lo que muestra es que la inundación arrasó también con las certezas.

Eso también le pasó a Mirta Castedo, profesora de Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata, cuando se le quedó el auto en 8 y 526 y se encontró con Laura Rebello, una enfermera del Servicio Penitenciario. “Todos los prejuicios se te van al diablo. Tienen que ver con estar vivo. Es una de las cosas más fuertes que me pasaron”, remarca en su casa que cuenta mil veces reformada del barrio Tolosa. Mirta habla de Laura como una líder natural, habla con respeto y con verdadera admiración.

–Yo estaba en la calle. Me agarró con dos metros bajo el agua. Alguna gente cruzó y otra no cuenta el cuento. Yo sentía que el agua me llevaba y no veía dónde pisar. Una no tiene experiencia en eso. Me acordé de las películas. Me dio miedo quedarme adentro y mi cultura cinematográfica me salvó. El auto quedó tapado hasta el techo. Yo no sabía para qué lado salir. Pero por suerte estaba Laura Rebello –con Agostina, una bebé de un año– que nos salvó a todos. Ella es enfermera del Servicio Penitenciario y rompió el candado del colegio Enet en 526 entre 7 y 8. En ese momento yo me asusté porque ya había olas y había chorros por las alcantarillas y subimos al segundo piso –relata Mirta.

Sin embargo, no todo terminó cuando ya habían encontrado refugio. Una señora mayor, Perla, de 90 años, y Mariela, la chica que la cuidaba, de 26 años, con un ataque de pánico, pedían ayuda. “Voy yo que soy enfermera”, dijo Laura. Y fue nadando. Perla estaba flotando pero decía que no se podía ir sin sus zapatos.

“Si Perla hubiera estado sola se hubiese muerto”, reflexiona Mirta para pensar justamente cómo estar prevenidos para ayudar a próximas Perlas. “Si en un barrio hay gente mayor que vive sola tendríamos que estar alertas por si tenemos que ir a buscarlas, porque va a volver a pasar y tal vez no en el mismo lugar. Por supuesto que cuando miraba a Perla la miraba a mi mamá.” Su mamá está en su casa y se acaba de pintar las uñas. La viene a buscar a la puerta. Y la llama: “Vení, solcito”.

* Publicado en Página/12 el 12/4/2013 como "No están solas"

miércoles, 6 de febrero de 2013

Pandemia de injusticia

Por Luciana Peker *

Los avances en materia de violencia de género están generando reacciones contrarias que llegan, incluso, a quitarles la tenencia y prohibirles ver a sus hijos a algunas madres que denuncian abuso sexual o violencia familiar. Los casos se repiten en territorio porteño y bonaerense con una ideología patriarcal donde se fuerza la revinculación del padre con los hijos y se penaliza a la denunciante. La situación es tan grave que podría terminar desalentando la búsqueda de justicia. Las12 pudo hablar con cuatro madres a las que les quitaron a sus hijos/as en operativos policiales y que perdieron todo contacto con ellos.

El peor escenario posible: cuando la violencia de género se denuncia en remeras, en noticieros, en la playa y se vuelve políticamente correcto manifestarse en contra, las madres que denuncian esa violencia reciben como un boomerang el castigo por denunciar esa violencia de género. No se trata de una excepción ni de un caso aislado, sino de la denuncia de una estrategia sistemática de demonización de las mujeres que denuncian al padre de sus hijos/as y que consideran que el riesgo de la violencia latente es tal que no debe vincularse con los niños/as. Las corrientes ideológicas conservadoras que pretenden instalar la figura del padre por sobre todas las cosas –incluso por sobre el cuerpo de los más chicos– terminaría, entonces, castigando a quienes denunciaron la violencia o el abuso sexual y no a quienes fueron denunciados.

Por eso, Las12 juntó a cuatro madres –identificadas por sus iniciales: A. V., L. A., S. L. y P. W.– que se sienten penalizadas por la justicia por haber denunciado violencia familiar o abuso sexual contra sus ex maridos. Ellas coinciden en resguardar su identidad para proteger a sus hijos o hijas pero se agrupan para que se entienda que no están hablando de su historia como de un caso individual sino de una historia que se está tejiendo en respuesta a los avances de los últimos años como de una pelota que después de mucho avanzar ahora está volviendo al arco contrario. Pero no se trata de un juego, sino de la vida de ellas y de sus hijos/as. Y de un plan al que llaman “sistemático”, donde se descalifica su denuncia e incluso el testimonio de los chicos por creer que está maniobrado por mujeres que sólo buscan alejar a los padres y sacarles plata.

A dos de las entrevistadas, aunque parezca inverosímil, después de denunciar violencia les terminaron quitando a sus hijos/as. El nombre técnico de ese puño cerrado del Poder Judicial es reversión de guarda. “Es una modalidad totalmente novedosa que ha tenido origen en Lomas de Zamora y se está repitiendo”, advierte Juan Pablo Gallego, abogado (en distintas instancias) en tres de las cuatro causas relatadas en esta nota, ex querellante contra el sacerdote Julio César Grassi en el expediente que lo condenó por abuso sexual y autor del libro Niñez maltratada y violencia de género, de Editorial Ad-Hoc.
Hasta ahora, el sentido común de la Justicia indicaba que una madre tenía que hacer algo muy grave para que se la alejara de su hijo/a. Ahora se rompió hasta ese sentido. La razón de la Justicia para dar este vuelco contra las madres que denuncian es que las madres intoxican a sus hijos (un argumento similar al síndrome de alienación parental que dice que si los chicos no quieren ver a su progenitor no es por su propia vivencia de violencia sino porque las madres les llenan la cabeza y entonces se logra descalificar la voz de los niños/as) y entonces un puñado de psicólogos/as apoyan los dictados de reversión de tenencia que justifican el síndrome de la madre maldita.
 
Pero las mujeres que fueron a pedir ayuda a la Justicia y se encontraron con un allanamiento que les vació sus casas se muestran desesperadas y desalentadas por una medida que nunca esperaron. “Estoy peor que antes”, dice la madre que no ve a sus hijos desde octubre. “Voy todos los días a Tribunales”, cuenta la mamá a la que le arrancaron sus hijos en medio de las fiestas. “Vivimos todos los días con miedo a que nos secuestren a nuestros hijos”, cuentan las madres que ya pasaron por todos los pasos de un sistema judicial que sigue las mismas huellas hasta generar más temor que protección y se sienten las nuevas víctimas de un Poder Judicial al que ponen en tela de juicio.

Los chicos y chicas fueron llevados (o secuestrados, como dicen ellas) en medio de operativos comando con policías y con los pibes y pibas suplicando, gritando, pidiendo, llamando y escondiéndose para no irse del lado de su mamá. Tal vez si el video del desgarro se viera por YouTube o lo repitieran los programas de la tarde... tal vez así escucharíamos ya no la voz sino los gritos. Pero, por ahora, los chicos y chicas no fueron escuchados. “El Estado argentino puede tener responsabilidad internacional por esta pandemia de casos que demuestran una reacción de la Justicia misógina”, alerta Gallego.

“¿Cómo lo cuento, desde el secuestro o todo?” se pregunta A. V., mamá de tres hijos de 3, 10 y 12 años, para contar que el ilícito que pudo paralizar a un país hoy sólo la paraliza a ella, que tiene los cuartos cerrados de sus hijos para no ver la ausencia y una planta que entra de la vecina porque no quiere ocuparse de su casa mientras ellos no estén. Ella denunció al padre de sus hijos por violencia. Desde el 2 de octubre que no ve a sus hijos.

¿Qué pasó para que la Justicia llegara a sacar a los chicos de tu casa?
A. V.: –Yo denuncie al papá, en un Tribunal de Familia de Lomas de Zamora, por violencia. Porque torturaba a sus hijos metiéndolos debajo de una ducha de agua fría y apagando la luz. Los niños fueron escuchados por el organismo zonal de protección de los derechos del niño y dijeron que no querían ver al papá porque les pegaba. Pero se llegó a un expediente de reversión de tenencia y yo no los veo a los chicos desde el 2 de octubre, cuando allanaron mi domicilio once personas mientras yo, que soy ginecóloga, estaba en el consultorio. Entraron un comisario y montones de personas. El bebé estaba jugando en el piso y al mayor, que estaba a los gritos, le prometieron que si se calmaba iba a poder hablar con su mamá. Después van al colegio de mi hijo de 10 años. A partir de ese momento están incomunicados: no tienen Internet ni pueden hablar conmigo. Y una cosa que me parece importante es que la orden dice que si estaba yo y sufría una descompensación, que me trasladaran al nosocomio más cercano sin hacerse responsables de mi estado de salud. O sea que me querían hacer pasar por loca.
¿Por qué se llega a prohibirle el acercamiento a una mamá que denuncia violencia? ¿Qué alegan?
Juan Pablo Gallego: –No se alega nada. Normalmente estas medidas están destinadas a proteger a un niño de una situación de abuso, de violencia, de negligencia, de violencia de género.
A. V.: –Los nenes no querían visitar al papá. Los jueces estaban ahí cuando lo dijeron. Fueron intimidados e interrogados por cuatro adultos y dijeron “no queremos verlo”, pero les dijeron “tu opinión es una hojita más del expediente”. Llegaron a decirle a mi hijo mayor “¿no pensaste que tu mamá podría tener un accidente?”.
 
MOTIN DE JUGUETES

L. A. comparte el mismo desgarro. Cuida a las mascotas de sus dos hijos, una nena de nueve y un nene de diez años, mientras ellos no están. No pudo comenzar año nuevo con sus hijos porque en el medio de las fiestas, y en el último día hábil del 2012 la sorprendieron con un operativo de guerra pero con el botín de dos niños. Nunca creyó que su denuncia por violencia y abuso sexual la podría separar de quienes intentaba resguardar: “El 27 de diciembre, estando en casa sin ningún tipo de antecedente o advertencia de que algo podría ocurrir, ni siquiera por instinto, tocan el timbre un oficial de Justicia, la secretaria del Juzgado Civil Nº 8 Nacional de Primera Instancia a cargo de la magistrada Julia Servetti de Mejías, quien lleva el juicio por violencia familiar y tenencia de los chicos desde el 2009. En el Juzgado existen varios antecedentes del cuerpo médico forense y de psicólogos particulares que aconsejan que no es buena la revinculación con el padre. Yo denuncié la violencia contra mí y contra mis hijos. Y unos meses después, el 27 de noviembre del 2009, hice una denuncia por abuso sexual en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema. No se hicieron bien las pericias ni las indagatorias en la causa de abuso. Se continúa con la causa de violencia y de tenencia”, relata.

¿Cómo pasás de denunciante a denunciada? ¿O de denunciar a ser separada de tus hijos?
L. A.: –El 27 de diciembre, por una medida cautelar, invaden mi casa tres patrulleros, una psicóloga que se presenta como designada para facilitar el cambio de guarda y que, ahora sabemos, dice que los chicos están pasando por un proceso de desintoxicación de los sentimientos de la madre y que solo van a tener contacto con el padre y los padrinos, que es donde están viviendo, dado que los chicos vuelven a negarse a vivir con el padre. Este episodio terminó bastante violentamente porque los chicos entran en una crisis nerviosa. Mi casa estaba invadida de policías. Yo entré a la ambulancia con custodia policial al igual que los chicos. La pediatra de turno del Hospital Zubizarreta nos dice que los chicos entren con la madre. El padre los manotea y le pega una trompada a una de las letradas. La policía me saca del hospital. De esta manera, el Juzgado le entrega la tenencia al padre. Los chicos quedan internados un día pidiendo estar con la madre. En ningún momento se les permitió hacer llamadas telefónicas ni el uso de Internet. Estamos totalmente incomunicados. Mi mayor angustia es no saber qué pasa por la cabecita de ellos después de un operativo donde se los vuelve a revictimizar, en una casa ajena, sin sus tratamientos psicológicos, y la nena sin su tratamiento médico. No hay ninguna seguridad de cuál es el estado físico y psico-emocional de ellos. Me presento todos los días en los juzgados y no recibo nada más que “ahora lo tiene que evaluar fulanito” o “alguna fundamentación habrá”. Pero no me dan ni un régimen de visitas.
A. V.: –Mis nenes hace tres meses que están impedidos de contacto. Pero robaron un teléfono y el de 10 años me llamó. Me contó que el mayor está enfurecido, que dice que va a matar al padre o que se va a matar y que el de tres años llora todo el día. Fui a la comisaría a hacer la denuncia de lo que pasaba. Y mi hijo me volvió a llamar diciéndome “Mamá, por favor, ayudame, me quise escapar y la reja está electrificada”. Yo le paso el teléfono a Juan Pablo Gallego y hacemos una denuncia por privación ilegítima de la libertad. Pero nadie actuó.
J. P. G.: –En el caso de A. V. fui testigo de que el chico llamó, la verdad, desesperado. El tema de pretender “desintoxicarlos” demuestra que la ideología está por sobre la ley.
¿Cuál sería la ideología?
J. P. G.: –La ideología del patriarcado, del machismo y la que justifica la violencia, y la misoginia mantiene una posición dominante pese a los importantes avances legislativos y, más aún, como reacción a los avances legislativos.
Pareciera que tenemos mejores leyes para denunciar la violencia de género, pero en la práctica las actuaciones judiciales le dicen a la denunciante “tené cuidado porque te podemos sacar a tus hijos”...
P. W.: –A mí me lo dijeron expresamente. Yo fui a denunciar el abuso y el secretario del Juzgado me dijo: “¿Sabés que si no lo podés probar perdés a tus chicos?”. Yo dejé la denuncia pero me quedé pensando cuántas se animaron a dejar el papel y cuántas no.
J. P. G.: –Lo que marcan estos casos es una avanzada conservadora. Estas extracciones violentas de niños con personal policial uniformado, mediando violencia, contra la voluntad de los niños, están mostrando la cúspide de la ofensiva. La creación de esta modalidad fue en Lomas de Zamora, donde se dispone dictar el cambio de vida de los menores. ¿Qué significa? La aniquilación del vínculo materno-filial. Estamos ante una ofensiva que va más allá del clásico backlash del que se ha hablado como una reacción frente al avance contra el abuso sexual.
¿Es un paso más?
J. P. G.: –Sí, es un paso más evidentemente. La multiplicación de estos hechos, y que haya ocurrido un caso de estas características en la Capital Federal en el último día hábil de diciembre, es un paso más en llevar la misoginia al grado de una pandemia hasta ahora no conocida.
¿No son excepciones ni casos aislados sino una tendencia a castigar a las madres que han denunciado violencia de género o abuso sexual y a revincular a los chicos con sus padres?
J. P. G.: –Sí, me llama la atención que esto ahora se propague a Capital Federal. Hay varios casos no resueltos en la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires. Por eso digo pandemia. Es un juego ideológico donde parece que la castigada es la madre y el castigado es el niño.
¿Hay alguna posibilidad de llegar a la Corte Suprema o a un tribunal internacional?
J. P. G.: –La actuación de estos jueces está engendrando una responsabilidad internacional del Estado en el marco de procedimientos que dañan para siempre a niños con uniformados irrumpiendo en los hogares contra su voluntad. La violencia institucional redimensiona la violencia de una manera perversa.
L. A.: –El 27 de diciembre todo el operativo habrá durado en casa cuatro horas. Los chicos se comunicaron directamente con Juan Pablo a su celular y llamaron a compañeritos de colegio para decirles que la policía se los quería llevar y que por favor vengan a ayudarlos. Armaron barricadas con los muebles. Se encerraron en el baño con sus mascotas. Les dijeron a las personas del Juzgado y al padre, que estaba presente, que no querían irse y la oficial del Juzgado les dijo que ellos eran muy chiquitos para tomar decisiones. No les dieron posibilidad de manifestarse de ninguna otra forma.
J. P. G.: –En el caso de L. A. yo actué como representante del niño (I.). Tuve mi conversación a solas. El me expresó situaciones de violencia por las cuales él no quiere tener este vínculo con el papá y en ese marco yo le di mi teléfono celular. El día del operativo me llamó. Era desgarrador. Yo no soy tonto y hace muchos años que trabajo en esto. No había ninguna madre diciéndole nada. Estaba desesperado.
¿Qué se busca al separar a los chicos de su madre?
P. W.: –Está la intencionalidad de romper el vínculo materno-filial. Pero además el chiquito para denunciar el abuso requiere de un gran coraje para animarse a romper con este secreto. En todos estos casos los chicos han sido muy valientes y han roto este secreto, han pedido ayuda y han encontrado madres que los han escuchado, que tampoco es frecuente, y han salido a defenderlos. Nosotras vemos que hay una gran campaña para denunciar la violencia y parecería que tenemos más recursos y protección. Pero conocemos muchos casos, por lo menos ochenta, en donde las madres hemos sido castigadas por haber cometido el “pecado capital” de haber ido a la Justicia a buscar justicia. Acá hay dos leyes. Por un lado está la Convención de los Derechos del Niño, pero en la práctica se castiga a quien rompe el silencio y se busca doblegar a la madre y al niño, y si eso no es suficiente, se ordena la reversión de la tenencia. ¿Cómo le explicás a un chico que sea valiente y hable si es penalizado por eso? Todas nosotras fuimos a la Justicia en busca de protección y no sabíamos que recién ahí comenzaba el abuso.

UN PLAN SISTEMATICO DE REVINCULACIONES
 
“¿Por qué lo defendés si a vos te trata peor?”, le dijo un día su hija mayor cuando tenía cinco años. P. W. decidió no aguantar más los golpes y separarse. “No importa cuán destruida estoy, yo no tengo derecho a ser madre de estas chicas si les enseño que esto está bien”, se dice hoy como tuvo que repetirse tantas veces desde 2007 y ahora mismo, cuando sus hijas tienen 7, 9 y 12 años. Hasta el 2009 él tenía un régimen de visitas. Ella repetía un latiguillo al que llama “el manualcito”: “Papá no es malo, pero está aprendiendo a tratarte bien”. El manualcito no alcanzó cuando una de sus hijas vino con una fractura en la mano y otra con un desplazamiento del cráneo. Pero el 7 de junio del 2009 el mundo y sus manuales se despedazaron. Su hija más chica se levantó de una pesadilla diciendo “papá es malo”. Ella le preguntó por qué y recibió como respuesta “juego a bajarle el pantalón y tocarle el pitulín para que esté contento”. El manual terminó en denuncia. “Ellas estaban amenazadas, si me lo contaban él me iba a matar. Yo hago la denuncia cuando la jefa del Hospital Fernández me dijo que mis hijas estaban siendo abusadas física, emocional y sexualmente por el progenitor. En Cámara Gesell las chicas relatan situaciones de abuso. Ahí pido la suspensión de las visitas que yo misma había pedido. Hay una testigo presencial que es una mucama. Los peritos de parte y oficiales dijeron que mis hijas habían sido abusadas y tenían un estrés postraumático gravísimo por la perversión de los abusos que habían padecido. Mi hija del medio terminó con un brote psicótico escuchando voces y mi hija mayor tuvo un intento de suicidio. Pero la jueza civil estaba buscando sistemáticamente la revinculación con el padre. Yo tengo la tenencia pero me prohibieron brindarles atención médica o psicológica. Yo vivo en Capital, mis hijas van al colegio en Zona Norte y las derivaron a un centro en Avellaneda con profesionales que les dicen ‘el problema es tu mamá, que te dejó sin tu papá’, y tienen prohibido el ejercicio de la profesión por carecer de matriculación. Pero no casualmente son las mismas a las que derivaron a A. V. y no son sesiones psicológicas sino de tortura.”
J. P. G.: –Ella está domiciliada en Capital Federal y le ordenan hacer esta vinculación en Avellaneda con los mismos profesionales del caso A. V. A mí me sorprende.
A. V.: –Estas profesionales hablan del Síndrome de Alienación Parental (SAP) y del objetivo de la reprogramación.
P. W.: –En los informes de mis niñas entrevistan al padre y dicen que las chicas están sujetas al SAP. Hay pruebas. ¿Sabés lo que es una testigo presencial en un caso de abuso? La fiscal me acusa de usar el SAP en el marco de un divorcio conflictivo. Hoy la situación de mis chicas es que las obligan a revincularse con la familia paterna, que fueron cómplices del abuso, y ellas se niegan rotundamente a verlos; sin embargo, están obligadas a hacerlo. La propia asistente social viola el impedimento de contacto porque les trae cartas y regalos del padre. Y tengo un expediente de reversión de guarda.
¿La reversión de guarda es una amenaza?
P. W.: –A mí me dijeron expresamente que si no dejo las cosas como están me van a sacar a mis chicas.
J. P. G.: –Ella tiene una cantidad de informes que dicen que sus niñas fueron abusadas por su padre, por lo cual tiene el deber legal de denunciar el abuso sexual. No puede mirar hacia el costado. También es disparatado obstruir la elaboración del trauma en niños. Se lleva no sólo a la impunidad, sino a un daño de las víctimas que es irreparable. La asimetría se repara con justicia. En el caso de Grassi, los chicos me decían “¿Quién me va a creer si este hombre está todo el día en televisión, es poderoso y habla con los presidentes?”. La condena fue muy reparadora para las víctimas. Acá se profundiza la asimetría entre víctima y victimario y es gravísimo.
P. W.: –No es fácil salir de estas situaciones. A mayor nivel socioeconómico y cultural, más difícil es salir porque se supone que de esto no se habla. Mis hijas fueron echadas del colegio cuando denunciamos el abuso. Está mal visto no aguantar la violencia. ¿Cómo vas a denunciar a hombres que no son kiosqueros sino directores de banco, médicos, directores de instituciones públicas? Son intocables. La asimetría de poder es absoluta. El nivel de desprotección es absoluto. En todos los casos somos las madres malditas. Los castigados son los niños, pero les destruís lo último que les queda, que es el vínculo con la madre.
A. V.: –Encontramos en todos los casos un mismo modus operandi.
S. L.: –Así como hubo un plan sistemático de apropiación de niños y de robo de identidad en los setenta, acá también se está dando un plan sistemático donde los chicos están siendo secuestrados a través del Poder Judicial.
S. L. presentó la denuncia en septiembre del 2004, cuando su hija tenía tres años y medio. En ese momento estaba conviviendo con el padre de su hija y tenían planes de agrandar la casa y la familia. Hasta que descubrió signos de abuso sexual en su niña. Ella tiene miedo, un miedo que denuncia: “Mi temor es que pueda pasar lo mismo que en otros casos. Yo no quiero ir a pedir por mi hija que ha sido secuestrada de mi casa, del club o de la escuela por la propia Justicia para que vaya a revincularse con su padre o con su abuela con los cuales ella no quiere revincularse. Yo me imagino las personas cuando estaban en la dictadura esperando que les vengan a derribar la puerta de sus casas. Ya no son grupos de tarea sino la Justicia junto con el brazo ejecutor, que es la policía”.

*Publicado en  Las 12 el 25/1/2013 bajo el título "Otra vuelta de tuerca"

jueves, 27 de diciembre de 2012

Brigadista Presidenta


CFK
"Plan Nacional del Manejo del Fuego Provocado"
Salón de las Mujeres Argentinas
Casa de Gobierno - Buenos Aires - Argentina
27/12/2012  

viernes, 21 de diciembre de 2012

Ratas

Uno ya está medio viejo. Se acuerda y cree que a los demás les pasa lo mismo. Pero parece que no.

¿Alguien se acuerda del final del gobierno de Alfonsín padre? Fue en 89 con supermercadazos. Atrás estaba la derecha peronista. O todavía alguien duda de que fogonearon Menem, Duhalde (y la derecha civico militar con Cavallo como estandarte). 

Llegaron para darle otra vuelta de rosca a la economía de guerra de Sourrouille. Entregaron todas y cada una de las empresas que durante décadas habían sido de todos los argentinos. Dijeron que era para mejorarle la vida a los jubilados y los maestros. 

Argentina se quedó sin luz, gas, teléfonos, ferrocarriles, aerolíneas de bandera. Uno de cada cuatro argentinos no tenía trabajo. Tuvimos relaciones carnales con los Estados Unidos. Y un ministro que le regalaba ositos cariñositos a los kelpers para que nos quisieran. Y muchas cosas más. Mientras tanto esa parte de la burguesía que ahora se llama clase media juntaba dólares entregando pesos uno a uno para viajar por el mundo y comprar importado mientras el país se caía a pedazos.

El 2001 también tuvo sus supermercadazos. Hace falta recordar ese gobierno. Ayer mismo, se cumplieron 11 años de que un asesino se subiera a un helicóptero dejando al país con al menos 33 muertos y un país a la deriva. Desde el día anterior gente que los medios monopólicos mostraban como hordas descontroladas entraban y salían de los supermercados. Y, decían, cargaban sobre la Capital Federal.
Atrás estaban lo que los medios llamaban los barones del conurbano. Fue la misma derecha peronista. Esta vez era Duhalde para acercarse a una presidencia de la única manera que podía, sin los votos.


Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saa y Eduardo Caamaño. El tobogán que dejó en la presidencia sin votos a Eduardo Duhalde. El senador a cargo de la presidencia que pesificó la economía para licuarle la deuda al monopolio de Clarín y terminó tras los asesinatos en emboscada de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. (Un calco de la emboscada a Mariano Ferreyra años después).

¿A qué no sabes quién está detrás esta vez? Pero hay una diferencia abismal. Cristina es política, conductora, y peronista. Esta vuelta, las ratas no se pusieron los lentes.