Por Horacio Cecchi*
Ya sé que Priscila se escribe con “ese” seguida de “ce”. Ya lo sé.
Incluso estuve gugleando el nombre, ese desmentidero moderno que no hace
más que desinformar pero con profunda actualidad, y me dio su supuesto
origen: Priscila es un nombre latino y lleva la “c” porque es un
diminutivo de Prisca, que tiene toda su
arqueología judaica en la antigua Roma, niña que terminó siendo mártir
pero cuya historia no viene al caso, salvo su escritura. Que no es poco.
En la nota que escribí sobre Prisila, la niña asesinada a golpes en Berazategui (La muerte de una niña abandonada)
su nombre lo escribí sin la “c” latina, sin la “c” de Prisca. Una
omisión a su origen, o al origen de su nombre, digamos, aunque para ese
entonces, cuando escribí la nota, desconocía que existiera el nombre
Prisca, y de todos modos no hubiera modificado mi decisión. Porque,
aclaro, escribir Prisila sin “c” fue una omisión adrede, consciente y
decidida.
Ocurre que Prisila era indocumentada, no estaba inscripta. Como bien dice Zabalza en su opinión "No sólo es amor, Madre",
no hubo el “significante que representa a un sujeto para otro
significante, en este caso, la comunidad toda”. Prisila no estaba
inscripta para que la comunidad la reconociera. Y al ser indocumentada,
ese reconocimiento que sería la vara que, entre otras cosas,
convalidaría la “correcta” escritura, no existía. O era casero. Menudo
reconocimiento tenía a juzgar por su final. Es decir, Prisila que debía
ser Priscila, en realidad para el Estado era “nadie” con minúscula y sin
“c” ni “s”. El único documento que pude encontrar para contrastar su
nombre fue un volante, que volqué al inicio de la nota, en cuyo texto se
podía leer claramente “Prisila”. Me preguntaron en tono correctivo si
sostenía Prisila y con qué fundamento o si, preferentemente, me volcaba a
la escritura “bien”. Expliqué que el único documento que encontré de
ella era ese volante.
No era poco. En última instancia, se trata de reproducir lo más
fielmente posible el nivel de no representación que tenía la niña, al
punto que su nombre, Prisila, escrito era el pasaje del nombre hablado,
de la oralidad de su nombre indocumentado. Qué más que un volante casero
en el que se la buscaba, nada menos que un volante de búsqueda con su
nombre hablado. Podría haberse llamado Pricila o como se les hubiera
antojado llamarla y modificar su nombre cada día, porque no había otra
ley que la identificara que la que la mantenía indocumentada y que es la
que la inscribió desde la oralidad o simplemente nunca supo o nunca se
interesó en saber cómo se escribía Prisila, si con “c” o sin ella.
Supongo que si le hubiera interesado, hoy Prisila podría ser Priscila (o
Priscilla, como Priscilla Presley) y estar viva.
Al salir publicada la nota, al día siguiente, pude comprobar que
ninguno de mis colegas se detuvo en el nombre y que todos, absolutamente
todos, corrigieron, por simple deducción suponiendo que se trataba de
un error de escritura. ¿Error de escritura o representación de su vida?
¿Desde qué lugar corregir? ¿Corregir aplicando qué criterio? Desde qué
lugar decir lo que está bien si al relatar el caso se omite al Estado de
la historia de indocumentación, cuando es el Estado diccionario el que
determina la ortografía.
¿Escribir Priscila en lugar de Prisila surge a partir de una
corrección ortográfica o moral? En este caso, sospecho, cualquier
corrección ortográfica es moral. No sé por qué siento que sostenerla sin
la “c” es mantener toda la fidelidad que puedo con esa niña
salvajemente anulada, y cuyo nombre, Prisila, se mantiene diferente,
reconocida, rebelde a la ortografía que la perdería de nuevo, en el
común de las Priscilas.
* Aparecida el 16/1/2014 en http://horaciocecchi.wordpress.com con el título "¿Priscila o Prisila? La ortografìa moral"