"La Revolución de 1955 -después de la leve vacilación de Lonardi- concibió la solución suprimiendo un pedazo de historia. Quiso volver atrás borrando el paréntesis de modernización de las estructuras que cubría 10 años de los más interesantes vividos en el país. En lo económico y lo social, intentó restaurar la situación vigente en la Década Infame. En lo político, la vieja ordenación de los partidos. Pero el país había crecido y era otro. Si era imposible restaurar aquella economía y aquella sociedad, tampoco era posible restaurar su estructura política. La expresión política Perón era el producto de que ya estaba muerta en 1946. ¿Cómo de otra manera pudo ser posible que un hombre desconocido dos años antes rompiera los cuadros de los partidos y absorbiera al mismo tiempo las nuevas promociones sociales que se incorporaban a la historia?
La historia de estos 10 últimos años con sus idas y vueltas no es más que la documentación de que el viejo país está muerto y solo puede subsistir transitoriamente y por la imposición de la fuerza, pero así y todo, en las apariencias formales y no en la sustancia. El emparchado traje democrático con que se quiere cubrir la ficción de una sociedad organizada, no da para más y hay que regalarlo al cotolengo.
Las fuerzas armadas asumen el poder y abandonan también la ficción constitucional, porque la Constitución vigente debe adaptarse al Estatuto de la Revolución emanada de la comandancia de las tres armas. Las vestales de la Constitución, ahora ni se tapan el rostro con las manos, ni se arrojan cenizas sobre el pelo (ésta es una ficción literaria, porque la mayoría son peladas). Alguna, como ha dicho otro, es devorada por el Ministerio del interior. El juez Botet, que procesó a los legisladores peronistas por un supuesto acuerdo de facultades extraordinarias, es funcionario de la nueva estructura jurídica que condiciona la Constitución al 'dictat' de los comandos. Allá ellos, que son los que sostenían que los pueblos son para las constituciones y no las constituciones para los pueblos. No es problema mío ni de los que piensan como yo. Es un problema de honradez intelectual que solo a ellos se les plantea. El país está al margen".
La historia de estos 10 últimos años con sus idas y vueltas no es más que la documentación de que el viejo país está muerto y solo puede subsistir transitoriamente y por la imposición de la fuerza, pero así y todo, en las apariencias formales y no en la sustancia. El emparchado traje democrático con que se quiere cubrir la ficción de una sociedad organizada, no da para más y hay que regalarlo al cotolengo.
Las fuerzas armadas asumen el poder y abandonan también la ficción constitucional, porque la Constitución vigente debe adaptarse al Estatuto de la Revolución emanada de la comandancia de las tres armas. Las vestales de la Constitución, ahora ni se tapan el rostro con las manos, ni se arrojan cenizas sobre el pelo (ésta es una ficción literaria, porque la mayoría son peladas). Alguna, como ha dicho otro, es devorada por el Ministerio del interior. El juez Botet, que procesó a los legisladores peronistas por un supuesto acuerdo de facultades extraordinarias, es funcionario de la nueva estructura jurídica que condiciona la Constitución al 'dictat' de los comandos. Allá ellos, que son los que sostenían que los pueblos son para las constituciones y no las constituciones para los pueblos. No es problema mío ni de los que piensan como yo. Es un problema de honradez intelectual que solo a ellos se les plantea. El país está al margen".
Arturo Jauretche
-El medio pelo en la sociedad Argentina-
Arturo Peña Lillo Editor, Noviembre de 1966