En Venezuela se libra hoy una batalla de frente al futuro y la esperanza, de los privilegiados de siempre frente a los eternos excluidos, de la ignominia frente a la dignidad; una batalla por los derechos de los pueblos de Nuestra América.
Aliados, en pérfida coalición golpista, la petrocracia oligárquica, los grandes empresarios, los dueños de las televisoras privadas y otros medios de comunicación, los burócratas del sindicalismo "amarillo" y corrupto, jefes militares traidores y representantes del pasado político venezolano, pretenden asaltar el poder por cualquier medio, derrocar al gobierno legítimamente electo del Presidente Hugo Chávez y frustrar los sueños de justicia social a la gran mayoría del pueblo venezolano, que vio a aquellas mismas clases esquilmar al país por más de cuarenta años.
Los que desde el 2 de diciembre del 2002 han pretendido paralizar a Venezuela y doblegar a Chávez, son los mismos que ejecutaron el golpe fascista sangriento del 11 de abril del pasado año; quienes, en las pocas horas que detentaron el poder, disolvieron la Asamblea Nacional y todos los poderes públicos, allanaron casas y vejaron a personalidades políticas y sociales del proceso bolivariano, desataron un terrorismo mediático inaudito y pretendieron borrar de un tirón las leyes justicieras adoptadas por el gobierno bolivariano.
El pueblo desbarató el golpe en menos de 72 horas, lanzándose a las calles en defensa de su líder y de sus ideas, junto a jefes militares, jóvenes valientes y patriotas. En la madrugada del 14 de abril, Chávez volvió al Palacio de Miraflores en medio de la euforia popular, y el efímero presidente golpista, Pedro Carmona ("el Breve") salió por la puerta trasera en apresurada estampida hacia el estercolero de la historia.
En generoso y noble gesto hacia sus propios adversarios, el Presidente Chávez no llamó entonces a la venganza contra los golpistas, sino que pidió a todas las fuerzas políticas y sociales de Venezuela terminar los enfrentamientos estériles y trabajar por el bien del pueblo y la nación. Pero las fuerzas que fueron dueñas del país y lo saquearon sin compasión, no resignadas a perder el poder político, continuaron conspirando después de abril.
Los golpistas creyeron que en diciembre estaban creadas las oportunidades para asestar su golpe mortal al proceso bolivariano. Los apuraba la entrada en vigor, en los inicios del 2003, de importantes leyes como la de hidrocarburos, que reformaría la estructura casi privada de PDVSA y la profundización de los pasos establecidos en la Ley de Tierras, que beneficia a cientos de miles de campesinos.
Bajo el manto de un llamado a un "paro cívico nacional", los golpistas apostaron esta vez a paralizar el corazón económico del país. El ataque a PDVSA fue brutal. Los gerentes golpistas del petróleo, privilegiados que ganan sueldos astronómicos bajo el hasta ahora sagrado nombre de la "meritocracia", conminaron a los tabajadores a sumarse al paro, sabotearon los mandos de las refinerías y los centros de distribución y destruyeron equipamientos vitales de la industria. Oficiales de la marina mercante, presionados o amenazados por los golpistas, fondearon sus buques tanques cargados de combustible, para impedir el envío de petróleo hacia el exterior o surtir a los centros de distribución internos.
El objeto era reducir a cero la producción petrolera venezolana de casi 3 millones de barriles diarios (por cuya venta el Estado sólo recibía el 20 por ciento de las ganancias, pues el resto se utilizaba en fantasmagóricos "gastos operacionales"), paralizar todas las refinerías, provocar la asfixia económica del gobierno. Pero sus cálculos y estrategias fallaron y el gobierno, con la ayuda de gerentes patriotas, técnicos con experiencia, trabajadores, jubilados, ex empleados de PDVSA injustamente despedidos por la "meritocracia" y representantes del Ejército, están haciendo funcionar paulatinamente la industria petrolera.
Los gerentes golpistas y sus seguidores fueron despedidos; con el apoyo de marineros leales, el Ejército y la Marina se recuperaron la mayoría de los buques cisternas petroleros y se ha reactivado en parte la exportación de combustibles; PDVSA fue reestructurada y se ha comenzado un proceso de renacionalización del principal activo económico de Venezuela.
Deseperados por el fracaso del sabotaje petrolero, los golpistas han tratado de sumar otras medidas para lograr sus propósitos: han realizado manifestaciones con mayoría de participantes de las clases altas y elementos de las capas medias buscando provocar violencia en el país; han pretendido convocar a un ilegal referéndum consultivo para forzar la renuncia del Presidente; intentaron cerrar los bancos, con la reducción del horario de trabajo y el paro de los mismos; han llamado a la desobediencia tributaria, al no pago de agua, electricidad y gas; y tratan de sabotear el inicio del año escolar, batalla en la que también están llamados a la derrota.
Centro del complot golpista han sido las televisoras privadas y otros medios de comunicación cuyos dueños, como Gustavo Cisneros, Marcel Granier y Alberto Federico Ravel, otrora manejadores de gobiernos en la Venezuela pretérita, atacan durante las 24 horas al gobierno de Chávez, llaman constantemente a la desobediencia, difunden groseras mentiras sobre la situación interna y sobre las relaciones entre Venezuela y Cuba y divulgan a diestra y siniestra los llamados de los líderes del golpismo, e imparten las instrucciones desde ellos. Es un terrorismo mediático sin paralelo en la historia.
Lo que pretenden los golpistas es quitarle el poder al pueblo. Lo que pretenden es restaurar el paso de exclusión social y derechos conculcados. Lo que intentan es echar atrás la obras social, que en medio de tan complejas circunstancias, ha venido levantando el proceso bolivariano: las 150 mil viviendas para el pueblo construidas en los dos últimos años, las 15 mil viviendas entregadas a los damnificados de la catástrofe del Estado de Vargas, las 3 mil escuelas bolivarianas en las que un millón de niños recibe una enseñanza de calidad y una comida adecuada, los presupuestos triplicados para las universidades, el incremento de salarios a maestros y profesores, la entrega gratuita de tratamientos a enfermos del SIDA, los más de 3 mil venezolanos que han sido tratados y curados gratuitamente en Cuba, los acueductos construídos que han dotado de agua potable por primera vez en su vida a dos millones de venezolanos, los beneficios recibidos por miles de productores del campo, la decisión de no privatizar las industrias eléctricas, del aluminio, del agua y del petróleo que pretendieron hacer los neoliberales de ayer y pretenden hacer hoy los golpistas.
Por eso el pueblo bolivariano está en las calles, defendiendo sus sueños y esperanzas. Al frente de la batalla, con honor, valentía y sentido del deber patrio, está el Presidente Hugo Chávez, dispuesto a no entregar al golpismo fascista el poder que le dio su pueblo. Su verbo filoso y combativo moviliza a las fuerzas bolivarianas al combate y es una denuncia contundente de lo que las fuerzas de la reacción interna y sus aliados en el exterior han querido hacer en Venezuela.
Este libro, recoge varios discursos y comparecencias del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, durante diciembre del 2002 y enero del 2003. En esta segunda edición se han añadido cuatro nuevos textos, entre ellos el discurso en la gigantesca manifestación popular que tomó por asalto las calles de Caracas el 23 de enero y la intervención ante el Foro Social Mundial de Porto Alegre, cuyas decenas de miles de participantes dieron irrestricto y entusiasta apoyo a la lucha patriota del pueblo venezolano.
Los discurso y comparecencias recogidas en este libro son testimonio insuperable de la lucha que hoy se libra en Venezuela por su pueblo, por los ideales de Bolívar y porque una América mejor sea posible y la verdad se conozca.
* Texto publicado bajo el título "Una batalla por Venezuela y por la esperanza como capítulo presentación del libro "El golpe Fascista contra Venezuela". (La Habana, 27/1/2003).