Por Julio De Vido*
Sin dudas, uno de los pilares de este modelo de crecimiento
con inclusión social, luego de la debacle neoliberal, fue la decisión del ex
presidente Néstor Kirchner de tomar y sostener un camino distinto en materia de
tarifas de servicios públicos. Durante la década del ’90, luego de las
privatizaciones, se habían dolarizado las tarifas, lo que se traducía en
pérdida de competitividad de la economía, menor poder adquisitivo para los
salarios y rentabilidades exorbitantes para un puñado de empresas energéticas,
en su mayoría extranjeras.
Desde entonces, persiste un corifeo que reclama de manera
constante y sonante, sin otra alternativa que no implique castigar a los
usuarios, volver a ese esquema de tarifas dolarizadas. Pero en su análisis
sesgado intencionalmente omiten un dato económico clave: la energía en la
Argentina tiene costos en pesos y resulta muy competitiva respecto de otros
países de la región.
Esto es así porque los costos deben medirse
independientemente de quien los pague, es decir si lo afrontan los consumidores
o lo subsidia el Estado, lo que en todo caso forma parte de una concepción
política inclusiva de promover el consumo y el mercado interno. Medido en
valores constantes, el costo promedio de generar un megavatio en nuestro país
es de 66 dólares, es decir un 15 menos que en Brasil (que tiene un 80 por
ciento de energía hidráulica), un 50 por ciento de lo que se paga en Chile. De
la misma manera, se paga por millón de BTU (British Termic Unit) de gas menos
de seis dólares, lo que está ostensiblemente por debajo de los 24 dólares que
se pagan en Brasil.
Pero no sólo los costos son los menores de la región,
también es sustancialmente mayor el consumo per cápita de energía, que es un
indicador indubitable de calidad de vida y actividad económica: 329 por ciento
más que Brasil, 184 por ciento más que Chile y 174 por ciento más que Uruguay.
Estos niveles son exactamente el doble de los que teníamos en la Argentina
neoliberal, de las tarifas dolarizadas.
En consecuencia, esta política de sostener y promover
valores de energía competitivos para impulsar el consumo ha sido con frecuencia
calificada como “populista” por los defensores del libre mercado que cuestionan
los subsidios a los servicios públicos por considerarlos un gasto innecesario.
Los resultados de cada década constituyen una refutación más que contundente:
cuando en nuestro país se aplicaron las políticas que ellos promueven, las
industrias se fundieron, la desocupación llegó al 25 por ciento y miles de
compatriotas se vieron condenados a la miseria, y lo peor, a la desesperanza.
En cambio, con este modelo económico se crearon cinco millones de puestos de
trabajo (menos de un dígito de desocupación), el parque automotor pasó de cinco
a once millones de vehículos y la pobreza se redujo drásticamente, con los
salarios, tanto mínimo como promedio, más altos de América latina.
Todo esto tiene que ver con la fuerte promoción al sector
productivo que significa pagar el gas y la electricidad al costo más
competitivo de la región, al mismo tiempo que el gasto en estos servicios pasó
de representar el 20 por ciento de los ingresos de los hogares a menos del tres
por ciento. Esa diferencia brinda a la industria condiciones inmejorables de
competitividad, que en su mayoría se vuelca al consumo, lo que redunda en una
mejor calidad de vida y en un fortalecimiento del mercado interno que de manera
virtuosa impulsa los niveles de actividad y empleo.
Por ello, sería bueno que en esta época electoral, en la que
se discute si profundizar el rumbo o se buscan alternativas, cada candidato
exponga qué propuesta tiene en relación con las tarifas de energía. Seguramente
no la pueden explicar porque es inconfesable y bajo enunciados generales como
“replantear la política energética”, como señaló hace algunas semanas un
intendente que disputa una banca de diputados en la provincia de Buenos Aires.
Se esconde retornar a esa Argentina con tarifas alineadas a los precios
internacionales, es decir pagando en dólares la energía que se produce en pesos
y la eliminación de los subsidios para todos los sectores.
Por eso vamos a seguir trabajando para profundizar el rumbo,
procurando mantener y mejorar la competitividad de los costos de la energía,
siempre en pos de que todos los usuarios accedan a los servicios en igualdad de
condiciones, estén donde estén, sin ciudadanos de primera y segunda, como
proponen algunos, y no para asegurar las ganancias de unos pocos, sino la
inclusión de todos los argentinos.
Este proyecto que conduce la presidenta de la Nación,
Cristina Fernández de Kirchner, es claro en sus objetivos y lo respaldan diez
años de crecimiento, que no fueron a costa de endeudar a las próximas
generaciones, sino de la firme decisión de poner nuestros recursos al servicio
del desarrollo y la calidad de vida de todos los argentinos.
* Ministro de Planificacion Federal, Inversión Pública y Servicios de la Nación Argentina. Texto publicado por Página/12 el 3/9/2013 bajo el título "Competitividad energética".
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