Por Luciana Peker*
En el sector público se calcula que ya hubo 21.455 despidos
que incluyen a mujeres, jefas de hogar y embarazadas. En la provincia de Buenos
Aires suspendieron las paritarias por decreto. En La Plata reprimieron una protesta
con balas de goma que dejaron marcada toda la espalda de una manifestante.
¿Cómo puede afectar este panorama laboral las demandas de igualdad salarial,
mayores licencias maternales y parentales y más jardines maternales y colegios
de horarios extendidos? ¿Se aprobarán los proyectos presentados en el Congreso
de la Nación que proponen políticas de cuidado y más días de licencia? ¿La
agenda de género va a avanzar o va a quedar desplazada ante la urgencia de la
pelea por garantizar las fuentes de trabajo?
Hay momentos históricos en los que la lucha de clases no
tiene matices. Y sus novelas tampoco. Es ahora, en este 2015 de cambios
políticos acelerados y equidistantes; de una sociedad dividida social e
ideológicamente, y de un shock de decretos y balazos de goma, cuando los
culebrones vuelven a llamar a las cosas por su nombre, en nombre del amor. En
Telefé empieza La Leona, en la que su protagonista, María Leone, es una
trabajadora que no está dispuesta a perder su fuente de trabajo y se convierte
en la gremialista que pone el pecho para que no cierren la fábrica. Y en Canal
13, Los ricos no piden permiso dispone un ajedrez muy diferente, en el que las
pasiones se cruzan entre pudientes y humildes por dinero, pero también por calentura.
Esta vez la ficción no superó la realidad, y el gobierno de
Cambiemos adoptó un plan per tutti imponiendo la baja de las retenciones a la
soja, la devaluación y el final del cepo, los despidos a empleadas/os públicos,
la represión a la protesta social de trabajadores/as de Cresta Roja y
municipales de La Plata con balas de goma cuerpo a cuerpo, y dejando en actas
fotográficas que la represión en el Hospital Borda (en protesta por una obra
inmobiliaria en el centro de salud) no es solo una causa archivada. Entre este
presente vigilante y ese estado de felicidad que demanda el Presidente Mauricio
Macri se revela que no hay cambios reales solo con cambios de clase si no se
agregan los cambios de género, pero tampoco es fácil pensar en cambios de
género cuando las mutaciones de clase vuelven a ser –sin matices, como en las
novelas- protagonistas estelares.
¿Se puede pensar en el parate de paritarias que impuso por
seis meses María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, en exigir que
los colegios extiendan sus horarios para que las mujeres puedan trabajar más y
equiparar sus sueldos y ascensos al de los varones? ¿Se puede imaginar un
reclamo fuerte en el Congreso de la Nación afectado por el despido masivo de
personal –siempre tildado masivamente de ñoqui- para que se apruebe el proyecto
de extensión de licencias por maternidad y paternidad al nacimiento y de días
para llevar al pediatra, al dentista y concurrir a actos escolares, cuando el
miedo a ocupar la silla acecha para no quedarse con el culo en el aire y sin
madera donde sentarse? ¿Se puede plasmar la crítica de una deuda pendiente en
materia de políticas públicas de cuidados –como tienen Uruguay y Costa Rica- en
la que el Estado no le dé la espalda a la sobrecargada espalda de las madres, para
compartir el trabajo no remunerado de las tareas del hogar y la crianza frente
a la quita de subsidios en las tarifas, el dólar libre, la sospecha de que cada
empleada del Estado tiene como objetivo la militancia rentada, el gasto oneroso
a las cuentas públicas y la rascada como deporte laboral?
La Argentina tiene una enorme deuda –que no se cerró ni se
tomó como prioridad en la anterior gestión de gobierno- con los derechos
laborales y económicos de las mujeres: el desempleo femenino (especialmente
juvenil) es más alto que el de los varones; la informalidad laboral (empujada
por la explotación sin blanqueo de empleadas domésticas) es más alta entre las
trabajadoras; la licencia maternal no llega al piso básico recomendado por la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la licencia de paternidad no
alcanza a constituirse en un símil feriado puente; las mujeres gastan el doble
del tiempo que los varones en el trabajo no remunerado del cuidado de los hijos
e hijas y las tareas del hogar sin la suficiente ayuda del Estado, y el peaje
al género se cobra entre un 20 y un 30 por ciento del bolsillo de las mujeres
que ganan menos que los varones, por diferentes causas que desembocan en una
escandalosa desigualdad salarial. Ante este nuevo panorama político, de
emergencia en seguridad, económico y laboral, ¿la agenda de igualdad de género
va a tener lugar, va a poder crecer, ser mejorada y reclamada o se va a
empobrecer y quedar, todavía, mas silenciada?
Sensación térmica.
Desde el 10 de diciembre hasta mediados de enero, 21.455
personas perdieron su trabajo en el sector público, según el conteo de El
Despidómetro, un sitio creado (con base en facebook y twitter) por periodistas
anónimas/os, preocupados frente a los despidos masivos y el blindaje mediático,
que recopilan cifras publicadas en medios de comunicación e información y
telegramas que les envían delegados y trabajadores/as. Todavía no se conoce qué
cantidad de mujeres son las afectadas, pero sí, por ejemplo, que entre 43
despedidos en el Senado de la Nación había discapacitados y mujeres
embarazadas, y también recibieron denuncias que indican que en el Ministerio de
Agricultura echaron a dos jóvenes embarazadas, aunque en un proceso no lineal
muchas veces son reincorporadas después de negociaciones sindicales. El ABC de
la desigualdad de sexo es que en el medio de la gestación y la portación de
panza no se puede ir a buscar trabajo, en muchos casos se hace necesario el
reposo o la baja de tareas, el estrés está contraindicado para prevenir
contracciones y nacimientos prematuros y es mucho -¡pero mucho!- más difícil
dar la teta y buscar un nuevo empleo con un recién nacido y no cobrar la
licencia por maternidad: un exabrupto de la letra chica de los contratos
precarios que toma por jaque a cualquier idea de igualdad entre varones y
mujeres.
En muchos casos, incluso, la militancia feminista deja paso
a intentar sostener fuentes de trabajo, contener la angustia de quien ya no
sabe cómo pagar el alquiler o empezar a comprar guardapolvos, o pasar por el
chino sin que la mafia de intentar hacer una tarta de jamón y queso alce los
brazos del robo a la cotidianeidad. En otros casos, se intenta pensar desde un
feminismo crítico y anticolonial formas de resistencia a nuevas formas de
neo-neo-ceo liberalismo. La docente e investigadora de la Universidad de San
Martín y el Conicet, Vanesa Vazquez Laba, argumenta: “La agenda feminista es
una construcción colectiva producto de las relaciones de fuerza dentro del
movimiento feminista. El paso del capitalismo de Estado al neoliberalismo
impacta directamente sobre la discusión de prioridad temática de dicha agenda.
Sabemos que el feminismo ha sido históricamente heterogéneo y que esa
diversidad está basada en sus postulados teóricos y políticos, muchas veces,
antagónicos. Sin embargo, también conocemos los consensos construidos en torno
de las reivindicaciones de igualdad como han sido, por ejemplo, el sufragio
femenino y los derechos laborales de género, entre otros. Con una alianza con
el neoliberalismo, el feminismo corre el riesgo de centrarse y absolutizar la
crítica cultural y volverse, como sostiene la filósofa Nancy Fraser,
antieconomicista. Es decir, un feminismo miope a un contexto de crecientes
desigualdades económicas producto de la precarización laboral y de un mayor
desempleo, restringiendo, así, la idea de igualdad a lo meramente cultural”.
Por eso, Vazquez Laba sostiene que “el feminismo debe
comprometerse con la justicia de género y, por lo tanto, adoptar una crítica
integral sobre la subordinación de la mujer, conectando las luchas contra el
sometimiento patriarcal y el sistema capitalista. En definitiva, el feminismo
debería militar a favor de mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres y
de reducir las brechas de género, al mismo tiempo que valorizar el trabajo de
cuidado familiar. De esta forma, se estaría en camino de construir una agenda
feminista posneoliberal”.
La (otra) gran deuda pendiente
La Cámara de Diputados de la Nación dio media sanción, a fin
de año, al proyecto de Ley Federal de Cuidados para la Primera Infancia, el
cual establece que desde los 45 días hasta los tres años el Estado tiene la
obligación de crear sistemas federales de jardines maternales u otras
alternativas, para que las madres y los padres puedan tener un lugar –de calidad-
donde dejar a sus bebés mientras trabajan o buscan trabajo, con el objetivo de
fortalecer la autonomía de las mujeres. El proyecto tendría que ser aprobado en
2016 por el Senado. ¿Continuará?
La autora de la iniciativa, la ex diputada María del Carmen
Bianchi (FPV), analiza el panorama: “Para la política de cuidados es
importante, además de la disposición del Gobierno nacional, la existencia de
paritarias ya que una parte de esta política está vinculada con el compromiso
de los sectores empresarios y del propio Estado como empleador. Nosotras
esperábamos que a partir del proceso de participación de importantes sindicatos
en la construcción e impulso de este proyecto, el cuidado de lxs niñxs que ya
está presente en algunas paritarias lo estuviera aún mas. Los despidos sin
causa muestran un fracaso de los responsables de gestión para hacer un análisis
serio de la planta en función de las políticas que va a implementar, además
dañan la vida de los trabajadores y trabajadoras concretos, pero lo peor es que
ejercen un disciplinamiento sobre las demandas de lxs trabajadorxs. Eso hace
peligrar el avance de las políticas de cuidado y el impulso a la ocupación
respecto de las niñas y niños en el período de la vida que requiere muchísima
atención”.
La incertidumbre, el susto, la competencia por ver quién
queda y quién se va, los dedos acusadores y las vulnerabilidades que se
despiertan en la selva donde reina el más fuerte dejan, en muchos casos, a las
mujeres puertas adentro o en trabajos con menos derechos y más resignaciones.
O, por el contrario, las llevan a gritar más fuerte. Estela Díaz, secretaria de
Género de la CTA, también presentó un proyecto –que espera en el Congreso de la
Nación- para que se sancione una Ley de Responsabilidades Familiares
Compartidas que amplía licencias de cuidado para padres por nacimiento de hijxs
y para familias diversas. Y empuja, junto con otros gremios, la idea de una
licencia para trabajadoras que sufren violencia de género. Ella vislumbra un
camino arduo: “Las decisiones del primer mes de gobierno de (Mauricio) Macri
son muy poco alentadoras para las y los trabajadores en general, pero desde la
perspectiva de las mujeres las luces rojas de alerta tienen sus
particularidades. Un contexto de ampliación de derechos es siempre propicio y
favorable para pensar cómo se puede avanzar en agendas pendientes. Si tenés
paritaria libre, reducción de la desocupación, consejo del salario, normas que
contemplan a las trabajadoras de casas particulares, es una situación que abre el
abanico de posibilidades para abordar la reducción de brechas de desigualdad
con las que convivimos históricamente las mujeres en el mundo laboral. Sólo en
un contexto favorable puede empezar a tomar fuerza un tema como el de los
cuidados, las responsabilidades compartidas. Por el contrario, el nuevo
gobierno quiere ponernos a la defensiva. Tener que pensar en defender el empleo
y no en cómo logramos más y mejores trabajos, es sólo imaginable desde un
proyecto político que está pensando una Argentina para unos pocos, y otra vez
para los privilegiados de siempre”.
En cambio, Mariana Massaccesi, coordinadora general de Voces
Vitales Argentina (una organización que promueve el liderazgo de las mujeres)
ve con esperanza la nueva gestión: “Hay una mayor apertura hacia la presencia
de mujeres en espacios de decisión. Los liderazgos como el de María Eugenia
Vidal, Gabriela Michetti, Susana Malcorra, Patricia Bullrich, Carolina Stanley,
Laura Alonso, Isela Constantini, Fabiana Tuñez y Yanina Basilíco marcan el camino
hacia una nueva era. Estamos atentas a la designación de mujeres, muchas de
ellas comprometidas con el empoderamiento de la mujer y la equidad de género en
puestos clave. Consideramos que este tipo de liderazgos son necesarios para
definir los grandes ejes de las políticas y somos optimistas en que esto se
refleje en un avance concreto de la agenda de género de nuestro país”.
Por su parte, Díaz cree que las víctimas de violencia de
género de clases más bajas se van a ver afectadas: “Para las mujeres de los
sectores más populares hay posibilidades de salir de la situación de violencia
cuando tienen oportunidades laborales, programas sociales que contemplen su
situación y pueden formar parte la construcción de proyectos colectivos”. Y
compara la situación actual con el reflejo europeo después del ajuste público.
“Hay un espejo a mirar en Europa. Tanto en España como en Grecia lo primero que
se deteriora son las políticas sociales, los programas de salud, la atención de
la tercera edad, todos los dispositivos que tienen que ver con los cuidados de
las personas dependientes. Cuando estas políticas públicas se resienten, el
coste recae claramente sobre las mujeres, que seguimos siendo las que más carga
tenemos en relación a los cuidados y las tareas domésticas. Esto acrecienta,
además, las desigualdades sociales. Los sectores más pobres, más
desfavorecidos, estarán para lograr cuidados de calidad, pero también para
poder mejor las condiciones para conseguir empleos de calidad. Esto lleva a la
reproducción de círculos de pobreza y desigualdad, que acrecienta las
desigualdades de género. Por eso no es posible separar una mirada y postura
respecto de un modelo de país sin pensarlo en relación a la igualdad social y
de géneros”.
*Publicado en Las 12 el 15/1/2016 como "Las leonas contra los despidos".