lunes, 11 de junio de 2012

Demasiado odio



Hace 12 años que soy cronista en la radio pública y me ha tocado cubrir hechos que van desde la caída de De la Rúa con los saqueos a supermercados, cacerolazos –consecuencia de la deriva en la que estaba el país– y la jornada del 20 de diciembre en donde mataron a Gastón Riva a escasos 20 metros de donde yo estaba.

También realicé coberturas de marchas de trabajadores, piquetes de desocupados y el día que mataron a Kosteki y Santillán por citar algunos de los tantos hechos que tuve la ocasión de ver en forma directa.

Sin embargo, nunca tuve problemas ni temor de relatar en vivo lo que estaba sucediendo en tiempo real.
Algo distinto sucedió el jueves. Si bien me encontraba una vez más en una manifestación en Plaza de Mayo, el clima era distinto. Se podían oler perfumes caros, muy distintos al olor a pueblo que emanaba en las protestas anteriores. 

Pero lo curioso no era sólo eso, era que el odio y la violencia que no había experimentado en las clases postergadas, se expresaba a viva voz, y hasta con orgullo, de parte de los sectores más acomodados. 

Las cacerolas sonaban tratando de emular una tragedia que no existía y que se limitaba a cuestiones personales vinculadas a la manera en la que esas señoras y señores de clase media y media alta decidían ahorrar. En definitiva, era la compra de dólares, y no los recortes de salarios, ni de jubilaciones, ni los corralitos, lo que despertaba tanta desesperación.

Por eso, su único pedido era “Que se vayan los K”, y era imposible arrancar un argumento, una fundamentación, un deseo más profundo que el de destituir al gobierno.

Ahí sí, no había diálogo posible, porque los que querían “protestar” no tenían mucho para decir.

Lo más paradójico era que hacía pocos meses, el gobierno había sido elegido con uno de los porcentajes de adhesión más altos de la historia y que, no sólo su rumbo no había variado sino que había continuado con el mismo fin: ese bien común que parecía que a muchos había ilusionado.

Pero no, ahí, en la plaza, estaban los que no querían pensar en lo general, sino en lo particular.

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