Por Ricardo Luis Acebal
Nuestra presidenta Cristina Fernández acaba de
homenajear a Felipe Varela, decretando un merecido ascenso post- mortem a
General de la Nación Argentina.
Uno de los aspectos de la lucha que llevó a cabo
Varela que más influyó en la decisión de homenajearlo fue la de encabezar la
rebelión popular contra la guerra de la triple infamia, que la historia oficial
pergeñada por Bartolomé Mitre inscribió en los libros como “de la triple
alianza”.
En efecto, los traidores al gran proyecto de una sola
patria americana y gestores de un montón de republiquitas manejables por la
Gran Bretaña, su verdadera patria: Bartolomé Mitre por la Confederación
Argentina, Venancio Flores por el Uruguay y el Emperador del Brasil, llevaron a
cabo una guerra de exterminio contra un país sin puertos marítimos pero con una
industria propia en desarrollo, sin deuda externa y un pueblo que gozaba de lo
propio gobernado por “los López”.
Varela unió su “ejército irregular” a la multitud de
rebeliones individuales y en grupo que se producían cada vez que los enviados
del gobierno “nacional” (léase de Buenos Aires, léase Mitre) realizaban levas.
Multitud de paisanos nuestros fueron enviados al Paraguay encadenados.
Y no era precisamente porque fueran cobardes. Los de
ese tiempo, igual que sus padres y sus abuelos habían integrado los ejércitos
de Belgrano y San Martín sin que nadie tuviera que arrearlos a integrar los
ejércitos a latigazo limpio.
León Pomer, en su libro “Proceso a la Guerra del
Paraguay”, en el que dedica un capítulo completo al “Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos
políticos de la República Argen tina en los años 1866 y 1867” con la firma de
Felipe Varela, expresa en la página 15: La
guerra del Paraguay era una contienda odiosa para muchos argentinos que no
sentían al país guaraní como un enemigo, sin contar aquellos para los cuales el
enemigo era Brasil, que había ocupado militarmente el Uruguay con la eficiente
colaboración del gobierno argentino y llevado al poder al general Venancio
Flores, transformado en dictador. No faltaron oficiales argentinos que se
enrolaron en las filas paraguayas.
Inglaterra no podía permitir que un “paisito
suramericano” tuviera acerías, un ferrocarril y hasta comenzara a fabricar
buques y lo hiciera sin deberle a ella una sola libra esterlina.
Desde la conquista portuguesa, Brasil primero como
imperio lusitano y después como imperio “brasileño” fue siempre la punta de
lanza de Gran Bretaña en América del Sur. Quedó dicho a qué patria sirvieron
siempre Mitre y Flores. Bastaron un par de reuniones manejadas por la
diplomacia de la rubia albion y un desastre que duró cinco años desangró a esta
región suramericana en beneficio de
industriales y banqueros ingleses.
Los “viajeros” que algunos “inocentes” comentaristas
de nuestra historia todavía citan como “que casualmente fueron testigos de”
(por ejemplo el inglés que pasó “sin proponérselo” por el camino donde estaba
el Convento de San Lorenzo y le tocó ser testigo, largavista mediante, del
combate con que San Martín iniciaba la emancipación del Sur de Suramérica)
seguramente habrán informado a su majestad británica que en el mismo año de
inicio de la triple infamia (1865) la
Legislatura de Jujuy dio una concesión a la “Compañía Jujeña de Kerosene”,
constituida por un capital de 75.000 pesos fuertes para explotar la Laguna de
La Brea. De esa producción, el ingeniero Pompeyo Moneta –que proyectó el
ferrocarril entre Salta y Jujuy- trajo muestras que fueron destiladas con
excelente resultado en Buenos Aires. (“Mosconi, el petróleo y los trusts”
de Juan Carlos Vedoya).
Es posible que Felipe Varela haya tenido noticias
acerca de que alrededor de 1860 existían en
Mendoza y más allá de San Carlos
numerosas fuentes asfálticas, muchas de ellas explotadas por los chilenos
(J.C.Vedoya obra citada).
Para Inglaterra y por ende para sus fieles sirvientes, que gobernaron la Argentina jurando y
cumpliendo los postulados de una constitución unitaria, exclusivista y hecha
a imagen y semejanza de las leyes
inglesas y norteamericanas (la de 1853), no había que levantar la perdiz. El
petróleo podía llegar a competir con el carbón de Cardiff y los argentinos solo
debíamos aspirar a ser proveedores de productos agropecuarios al mundo de los
cultos y civilizados.
Quizá esa sea una de las razones –a lo mejor la más
importante- para que se mantuviera en una especie de secreto durante más de
cuarenta años la posesión de yacimientos de petróleo, hasta que se hizo evidente
el chorro de Comodoro Rivadavia el 13 de diciembre de 1907.
Este petróleo de la Patagonia ya le quedaba “más
cerca” a los británicos, ya que salía cerca del mar y ellos ya poseían flota de
“petroleros” para transportar el oro negro.
Pero, así como en 1866 intervino en la escena nacional
un Felipe Varela, en 1907 hubo un general Enrique Mosconi, que expresó como el
catamarqueño el “espíritu de la tierra”, que unos años después llevó a la
presidencia de la Nación Argentina a Hipólito Yrygoyen.
FELIPE VARELA CONTRA EL
IMPERIO BRITÁNICO
El libro que con ese título firmaron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde expresa, dicho en
pocas palabras, que Felipe Varela sabía muy bien qué intereses defendía la
élite porteña, quiénes eran los verdaderos financistas de Mitre y porqué éste
arrastraba al pueblo argentino a una guerra que tenía como único beneficiario
al imperio inglés.
Según una zamba que se hizo famosa durante la década
de 1960, la de mayor esplendor en la difusión de nuestras canciones de proyección
folklórica, “Felipe Varela matando viene y se va”. No es casual que el autor de
la letra sea un salteño, educado por los conservadores de esa provincia, que
solo vieron interrumpido su “reinado” en 1946, cuando las elecciones nacionales
consagraron en esa provincia a un gobernador nacional y popular. Después de
1955 volvieron a lo de antes, a la historia “oficial” donde Varela era un
salteador de caminos, un bandido, que mataba a todo aquél que se le ponía a
tiro…
La realidad histórica, por cierto nunca registrada por
los libros de Grosso y de Ibañez con los que (por lo menos a la generación de
quien esto escribe) se enseñaba Historia
Argentina, nos informa que Felipe Varela nunca atacó a un ejército enemigo sin
previo aviso. Aunque parezca cuento en otros tiempos se respetaban algunos
códigos hasta para cumplir con algo tan antiético como la guerra.
El motivo de los desvelos guerreros del catamarqueño
está más que claro: liberarse del yugo opresor de un sistema que respondía a un
interés no nacional y que por supuesto veía al pueblo solo como un conglomerado
de esclavos a quienes había que tirarles una mínima alimentación para que
pudieran ser útiles a sus fines económicos.
Aún después de la derrota de Pozo de Vargas, en abril
de 1867, Varela no se consideraba vencido. Se corrió hasta Chilecito, su
baluarte, para reagrupar sus fuerzas. Es tradición que al llegar al pueblito de
Tilimuqui, echó pie a tierra frente a una pequeña capilla y colocó en la imagen
de la Virgen las divisas federales de su uniforme como una muda ofrenda
propiciatoria. Luego se aprestó a reorganizarse, mientras los montoneros,
sedientos de venganza cometían algunas tropelías contra dirigentes liberales de
la zona. Fue entonces cuando partidas sueltas mataron a Manuel Iribarren y al
coronel Tristán Dávila.
Estos hechos obligan a hacer una digresión sobre las
difundidas matanzas cometidas por los montoneros federales. Los asesinatos de
Iribarren y Dávila no fueron ordenados por Varela, aunque tampoco fueron
castigados sus autores. El caudillo sí ordenó el fusilamiento de cuatro
dirigentes liberales en Las Mesillas, en vísperas de la Batalla de Pozo de
Vargas. Uno de estos había inventado la simpática costumbre de pegar fuego a
las casas de los federales. Todos fueron confesados por el cura Aguilar antes
de su ejecución.
Un mes después de la Batalla de Vargas las fuerzas de
Varela derrotaron a las del comandante Linares, gran perseguidor de federales,
hombre cruel y odiado.
Varela invitó a cenar a su prisionero y le preguntó
qué hubiera hecho si el derrotado fuera él.
-Lo hubiera matado como a un perro- contestó Linares.
Entonces Varela hizo preguntar a su tropa si debía
fusilarse al jefe enemigo. Con este raro e innegablemente democrático
procedimiento fue condenado a muerte Linares. “Aquí duerme y no descansa el
comandante José María Linares” rezaba hasta hace poco la lápida de su tumba, en
Famatina.
El 4 de junio de 2012 (aniversario de “varios” 4 de
junio bisagras de la Historia Argentina) nuestra presidenta ascendió post
mortem a Felipe Varela a General de la Nación. Ese mismo día Yacimientos
Petrolíferos Fiscales volvía a ser formalmente una empresa argentina, un día
después que Hipólito Yrigoyen la creara el 3 de junio de 1922. Pasaron algunos
años, pero la Nación Argentina parece que volvió a levantar, esta vez
triunfantes, las banderas de unidad americana del catamarqueño que nunca mató
por matar.
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