domingo, 10 de junio de 2012

Felipe Varela viene

 Por Ricardo Luis Acebal

Nuestra presidenta Cristina Fernández acaba de homenajear a Felipe Varela, decretando un merecido ascenso post- mortem a General de la Nación Argentina.
Uno de los aspectos de la lucha que llevó a cabo Varela que más influyó en la decisión de homenajearlo fue la de encabezar la rebelión popular contra la guerra de la triple infamia, que la historia oficial pergeñada por Bartolomé Mitre inscribió en los libros como “de la triple alianza”.
En efecto, los traidores al gran proyecto de una sola patria americana y gestores de un montón de republiquitas manejables por la Gran Bretaña, su verdadera patria: Bartolomé Mitre por la Confederación Argentina, Venancio Flores por el Uruguay y el Emperador del Brasil, llevaron a cabo una guerra de exterminio contra un país sin puertos marítimos pero con una industria propia en desarrollo, sin deuda externa y un pueblo que gozaba de lo propio gobernado por “los López”.
Varela unió su “ejército irregular” a la multitud de rebeliones individuales y en grupo que se producían cada vez que los enviados del gobierno “nacional” (léase de Buenos Aires, léase Mitre) realizaban levas. Multitud de paisanos nuestros fueron enviados al Paraguay encadenados.
Y no era precisamente porque fueran cobardes. Los de ese tiempo, igual que sus padres y sus abuelos habían integrado los ejércitos de Belgrano y San Martín sin que nadie tuviera que arrearlos a integrar los ejércitos a latigazo limpio.
León Pomer, en su libro “Proceso a la Guerra del Paraguay”, en el que dedica un capítulo completo al “Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República Argen tina en los años 1866 y 1867” con la firma de Felipe Varela, expresa en la página 15: La guerra del Paraguay era una contienda odiosa para muchos argentinos que no sentían al país guaraní como un enemigo, sin contar aquellos para los cuales el enemigo era Brasil, que había ocupado militarmente el Uruguay con la eficiente colaboración del gobierno argentino y llevado al poder al general Venancio Flores, transformado en dictador. No faltaron oficiales argentinos que se enrolaron en las filas paraguayas.
Inglaterra no podía permitir que un “paisito suramericano” tuviera acerías, un ferrocarril y hasta comenzara a fabricar buques y lo hiciera sin deberle a ella una sola libra esterlina.
Desde la conquista portuguesa, Brasil primero como imperio lusitano y después como imperio “brasileño” fue siempre la punta de lanza de Gran Bretaña en América del Sur. Quedó dicho a qué patria sirvieron siempre Mitre y Flores. Bastaron un par de reuniones manejadas por la diplomacia de la rubia albion y un desastre que duró cinco años desangró a esta región suramericana  en beneficio de industriales y banqueros ingleses.
Los “viajeros” que algunos “inocentes” comentaristas de nuestra historia todavía citan como “que casualmente fueron testigos de” (por ejemplo el inglés que pasó “sin proponérselo” por el camino donde estaba el Convento de San Lorenzo y le tocó ser testigo, largavista mediante, del combate con que San Martín iniciaba la emancipación del Sur de Suramérica) seguramente habrán informado a su majestad británica que en el mismo año de inicio de la triple infamia (1865) la Legislatura de Jujuy dio una concesión a la “Compañía Jujeña de Kerosene”, constituida por un capital de 75.000 pesos fuertes para explotar la Laguna de La Brea. De esa producción, el ingeniero Pompeyo Moneta –que proyectó el ferrocarril entre Salta y Jujuy- trajo muestras que fueron destiladas con excelente resultado en Buenos Aires. (“Mosconi, el petróleo y los trusts” de Juan Carlos Vedoya).
Es posible que Felipe Varela haya tenido noticias acerca de que alrededor de 1860 existían en Mendoza  y más allá de San Carlos numerosas fuentes asfálticas, muchas de ellas explotadas por los chilenos (J.C.Vedoya obra citada).
Para Inglaterra y por ende para sus fieles sirvientes, que gobernaron la Argentina jurando y cumpliendo los postulados de una constitución unitaria, exclusivista y hecha a imagen  y semejanza de las leyes inglesas y norteamericanas (la de 1853), no había que levantar la perdiz. El petróleo podía llegar a competir con el carbón de Cardiff y los argentinos solo debíamos aspirar a ser proveedores de productos agropecuarios al mundo de los cultos y civilizados.
Quizá esa sea una de las razones –a lo mejor la más importante- para que se mantuviera en una especie de secreto durante más de cuarenta años la posesión de yacimientos de petróleo, hasta que se hizo evidente el chorro de Comodoro Rivadavia el 13 de diciembre de 1907.
Este petróleo de la Patagonia ya le quedaba “más cerca” a los británicos, ya que salía cerca del mar y ellos ya poseían flota de “petroleros” para transportar el oro negro.
Pero, así como en 1866 intervino en la escena nacional un Felipe Varela, en 1907 hubo un general Enrique Mosconi, que expresó como el catamarqueño el “espíritu de la tierra”, que unos años después llevó a la presidencia de la Nación Argentina a Hipólito Yrygoyen.

FELIPE VARELA CONTRA EL IMPERIO BRITÁNICO
El libro que con ese título firmaron Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde expresa, dicho en pocas palabras, que Felipe Varela sabía muy bien qué intereses defendía la élite porteña, quiénes eran los verdaderos financistas de Mitre y porqué éste arrastraba al pueblo argentino a una guerra que tenía como único beneficiario al imperio inglés.
Según una zamba que se hizo famosa durante la década de 1960, la de mayor esplendor en la difusión de nuestras canciones de proyección folklórica, “Felipe Varela matando viene y se va”. No es casual que el autor de la letra sea un salteño, educado por los conservadores de esa provincia, que solo vieron interrumpido su “reinado” en 1946, cuando las elecciones nacionales consagraron en esa provincia a un gobernador nacional y popular. Después de 1955 volvieron a lo de antes, a la historia “oficial” donde Varela era un salteador de caminos, un bandido, que mataba a todo aquél que se le ponía a tiro…
La realidad histórica, por cierto nunca registrada por los libros de Grosso y de Ibañez con los que (por lo menos a la generación de quien esto escribe)  se enseñaba Historia Argentina, nos informa que Felipe Varela nunca atacó a un ejército enemigo sin previo aviso. Aunque parezca cuento en otros tiempos se respetaban algunos códigos hasta para cumplir con algo tan antiético como la guerra.
El motivo de los desvelos guerreros del catamarqueño está más que claro: liberarse del yugo opresor de un sistema que respondía a un interés no nacional y que por supuesto veía al pueblo solo como un conglomerado de esclavos a quienes había que tirarles una mínima alimentación para que pudieran ser útiles a sus fines económicos.
Aún después de la derrota de Pozo de Vargas, en abril de 1867, Varela no se consideraba vencido. Se corrió hasta Chilecito, su baluarte, para reagrupar sus fuerzas. Es tradición que al llegar al pueblito de Tilimuqui, echó pie a tierra frente a una pequeña capilla y colocó en la imagen de la Virgen las divisas federales de su uniforme como una muda ofrenda propiciatoria. Luego se aprestó a reorganizarse, mientras los montoneros, sedientos de venganza cometían algunas tropelías contra dirigentes liberales de la zona. Fue entonces cuando partidas sueltas mataron a Manuel Iribarren y al coronel Tristán Dávila.
Estos hechos obligan a hacer una digresión sobre las difundidas matanzas cometidas por los montoneros federales. Los asesinatos de Iribarren y Dávila no fueron ordenados por Varela, aunque tampoco fueron castigados sus autores. El caudillo sí ordenó el fusilamiento de cuatro dirigentes liberales en Las Mesillas, en vísperas de la Batalla de Pozo de Vargas. Uno de estos había inventado la simpática costumbre de pegar fuego a las casas de los federales. Todos fueron confesados por el cura Aguilar antes de su ejecución.
Un mes después de la Batalla de Vargas las fuerzas de Varela derrotaron a las del comandante Linares, gran perseguidor de federales, hombre cruel y odiado.
Varela invitó a cenar a su prisionero y le preguntó qué hubiera hecho si el derrotado fuera él.
-Lo hubiera matado como a un perro- contestó Linares.
Entonces Varela hizo preguntar a su tropa si debía fusilarse al jefe enemigo. Con este raro e innegablemente democrático procedimiento fue condenado a muerte Linares. “Aquí duerme y no descansa el comandante José María Linares” rezaba hasta hace poco la lápida de su tumba, en Famatina.
El 4 de junio de 2012 (aniversario de “varios” 4 de junio bisagras de la Historia Argentina) nuestra presidenta ascendió post mortem a Felipe Varela a General de la Nación. Ese mismo día Yacimientos Petrolíferos Fiscales volvía a ser formalmente una empresa argentina, un día después que Hipólito Yrigoyen la creara el 3 de junio de 1922. Pasaron algunos años, pero la Nación Argentina parece que volvió a levantar, esta vez triunfantes, las banderas de unidad americana del catamarqueño que nunca mató por matar.

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